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Ceferino de Blas.

La deuda con Galdós

Mario Vargas Llosa acaba de publicar el libro La mirada quieta (de Perez de Galdós), un ensayo en el que analiza a fondo la obra del escritor canario. Su opinión, después de haber leído toda la producción de Pérez Galdós durante los días que lo tuvieron recluido durante la pandemia, no le otorga un cum laude, aunque concluye que es un gran escritor, pero sin llegar a la excelencia de Flaubert o Dickens.

La recuperación de la figura del autor de Los episodios nacionales a lo largo del último bienio, que comenzó con la conmemoración del centenario de su muerte y los diversos actos que lo evocan, nos retrotrae a su relación con Vigo.

Que se sepa solo estuvo una vez en la ciudad, en 1885. Fue cuando viajó en tren desde Oporto a Vigo, episodio al que le dedica un magnífico artículo publicado en este periódico. Estaba en construcción, pero aún no estaba concluido el puente internacional de Tui, por lo que tuvo que atravesar el Miño en lancha como se hacía entonces.

Relata ese pasaje con uno de los más bellos párrafos que describen la frontera, que suele citarse en todas las referencias que se le dedican, como ocurre en la exposición de antiguas fotos de Portugal que se exhibe en el Museo del Mar. Describe: “Es la frontera más bella y melancólica que se puede imaginar. Aquel hermosísimo río no está hecho para que en cada una de las dos riberas flote pabellón distinto”.

Es evidente que le encantó Vigo porque no regatea los elogios a la ría, que considera la más bonita de todas las que existen en Galicia, y encumbra el puerto como el mejor de Europa.

Dice: “Para mí, la más hermosa de las cuatro rías es la de Vigo, que también es el primer puerto de España y quizás de Europa”.

Este buen criterio de la ciudad de Pérez Galdós, a quien le negaron en 1912 el premio Nobel para el que estaba nominado, debió inducir al concejal Waldo Gil –médico, campeón ciclista y masacrado por sus ideas al comienzo de la Guerra Civil–, a solicitar una calle para Pérez Galdós, en 1920. Fue en la sesión de la corporación en la que se había puesto nombre a numerosas arterias, varias de ellas a repúblicas sudamericanas, además de otras a Alfredo Brañas y a Martín Codax.

"Le encantó Vigo porque no regatea los elogios a la ría, que considera la más bonita de todas las que existen en Galicia, y encumbra el puerto como el mejor de Europa"

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Al final intervino el concejal Waldo Gil y pidió que también se otorgasen a Curros Enríquez y Pérez Galdós. El alcalde, Ceferino Maestú, recogió la propuesta y dijo que así se haría, cuando hubiera calles apropiadas.

Sin embargo, pasados los años, a Curros Enríquez, al que se le había erigido una estatua en la Alameda, se le asignó también la calle prometida, pero a Perez Galdós no.

Bastaría su artículo para justificarlo, además de ser uno de los personajes que merece la distinción cuando lucen en el callejero otros nombres no más destacados –la condesa de Pardo Bazán, su amante, lo consideraba el número uno de los novelistas españoles–, pero su placa sigue pendiente. Aunque nunca es tarde para recuperar los compromisos.

De suyo, Pérez Galdós continúa despertando interés como para que le dedique un estudio Mario Vargas Llosa, existe en la hemeroteca ese espléndido artículo que describe el viaje de Oporto a Vigo –ahora que se debate la salida sur y se proyecta el AVE con Portugal–, y Luis Buñuel ha llevado al cine algunas de sus mejores novelas. Cuya opinión sobre Galdós es diametralmente distinta de la de Vargas Llosa. Hela aquí: “Galdós es la única influencia que yo reconocería sobre mí”.

Si algún día una corporación decide revisar los compromisos incumplidos de sus predecesoras y da una calle a Benito Pérez Galdós, deberá colocarse debajo de la placa un marco con el texto de su artículo “De Porto a Vigo” para que los viandantes comprueben cómo vio el autor a la ciudad en la que están. ¡Supone una inyección de entusiasmo!

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