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Ánxel Vence.

Crónicas galantes

Ánxel Vence

Partidos de gente enfadada

La gente suele votar con la cartera en los países desarrollados; pero también puede ocurrir que lo haga con las vísceras cuando llegan tiempos de crisis. Es lo que viene ocurriendo en España e incluso en la republicana Francia desde hace algunos años.

Si los franceses alumbraron el movimiento de los chalecos amarillos y el voto a la parafascista Marine Le Pen, aquí tuvimos la insurgencia del 15-M que dio origen a Podemos; y ahora, la eclosión de Vox como partido al alza en las encuestas. Por diferentes que puedan parecer sus ideas, todos ellos coinciden en ser partidos de gente enfadada.

El enfado es una emoción que sustituye a la razón, lo que acaso explique su volubilidad, tanto en la subida como en la bajada en las urnas. Tienen estos partidos la consistencia y vaciedad de las burbujas de gaseosa, que, explosivas al principio, suelen perder fuerza a medida que entran en contacto con la realidad.

Ocurrió con Podemos, partido de líderes ceñudos que en su debut hace cinco o seis años iba a comerse el mundo, o al menos al PP y al PSOE. Su tono amenazador –tic tac, tic tac: el miedo va a cambiar de bando– era casi idéntico al que ahora utilizan los y, sobre todo, las dirigentes de Vox.

Ahora que la gaseosa de Podemos ha perdido burbujas, el relevo se lo está tomando Vox, que incluso podría haberle robado algunos de sus votantes. Había pasado ya lo mismo en Francia con Le Pen, que encontró una excelente clientela en los barrios obreros donde antes asentaba sus feudos el Partido Comunista. Los partidos de este corte populista son famosos por vender unas motos estupendas que luego no arrancan.

"Tienen estos partidos la consistencia y vaciedad de las burbujas de gaseosa, que, explosivas al principio, suelen perder fuerza a medida que entran en contacto con la realidad"

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Iglesias, Monedero y Echenique parecían haber bajado del mismo tren que llevó a Lenin desde su exilio en Zúrich a San Petersburgo; lo que no impidió que irrumpiesen con fuerza en el Congreso. Tanto es así que hasta consiguieron entrar en el Gobierno, circunstancia que tal vez acentuase su inevitable declive.

Vox, por el contrario, está ahora mismo en fase de subida (como lo estuvo Podemos) y puede que aún tarde tres o cuatro años en explotar y desinflarse esta burbuja de la ultraderecha. Tiempo suficiente para complicarle la vida a Feijóo, igual que Podemos se la puso difícil a Sánchez. El batallón de los indignados, que no es de izquierda ni de derecha, sino todo lo contrario, aún puede seguir condicionando la gobernación del país durante la próxima legislatura.

Quizá arrebatadas por el entusiasmo, las lideresas más notables del partido de Abascal han comenzado a declamar sin complejos el lema de “fuerza y honor” y a citar incluso frases de José Antonio Primo de Rivera. Son como aquel personaje de Molière que hablaba en prosa sin saberlo.

Pactar con socio tan incómodo y poco presentable en sociedad va a ser inevitable aritméticamente para Feijóo, salvo que PP y PSOE arbitren algún modo de soslayar la presencia de estas gentes de ademán impasible en los gobiernos.

Sánchez, ya se sabe, no consiguió librarse de Podemos. Feijóo, aunque más experimentado, va a padecer el mismo problema con Vox. Tiene mucho peligro la gente del cabreo que vota con el sistema nervioso. Da igual si a ultraderecha o ultraizquierda.

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