Faro de Vigo

Faro de Vigo

Contenido exclusivo para suscriptores digitales

Xaime Fandiño

MÁS ALLÁ DEL GUETO CRONOLÓGICO

Xaime Fandiño

Transitando entre datos, permanencias, gigas y roaming

Si piensas que es complicada la operación con el cajero automático, prueba a renovar el contrato con una compañía telefónica.

Generalmente, como no estás al quite de cuando vence el compromiso contractual, lo primero que te ocurre es que recibes una factura bien cargadita en la que se ignoran todo tipo de prebendas y te cae un calote de primera magnitud. Con esta operación tu calvario sólo acaba de empezar.

A partir de ahora entras en un peregrinaje por todo el centro y hemisferio sur americano con Nicole, Jessica, Ivette y algún Christian que te acompañaran en un periplo de innumerables conversaciones eternas. Navegarás en un mar de promociones, permanencias, líneas fijas y móviles, datos ilimitados, plataformas televisivas y ahora también alarmas. El caso es que a tí lo único que te interesa es cuánto vas a pagar al mes, pero obtener ese dato no es fácil. La interlocución aparece siempre edulcorada con un asento y cadensia caribeño. No hace falta ser muy águila para percatarse de que la persona con la que hablas está lejos de carallo y que, si situar España en el mapa ya le cuesta un poco, imagínate Galicia, y mucho más si tu calle o apellidos tienen algún fonema del idioma local. En este caso, la comunicación se complica en gran medida ya desde su fase inicial, de modo que la conversación se vuelve una locura, tanto por toda la jerga técnica de gigas, megas y roaming, como por esos detallitos más domésticos.

Metidos en este berenjenal y con la oreja planchada en el terminal, escuchamos como desde el otro lado del océano comienzan a pergeñar el proceso de contratación de nuestra línea sin tener idea si la alcantarilla que hay delante de mi casa lleva fibra, ADSL o simplemente es de saneamiento.

Como muchos somos de una generación que se curtió en el cara a cara, en este sistema telefónico, donde no se observa la kinesia del interlocutor, la empatía se merma en gran medida y la comunicación se reduce a la mínima expresión. Esto, unido a los tecnicismos que se articulan a través del terminal, nos produce una sensación que combina un poco de descontrol con unas cucharadas de incomprensión. No importa si eres viejo, joven o maduro pues, si bien la maraña de los productos a contratar se puede llegar a controlar, lo que de ningún modo se consigue es el porqué es tan complicado y tan difícil cerrar el trato en una primera conversación. Por el contrario, para conseguir finiquitar el tema se necesita hablar varias veces sobre lo acordado y nunca con el mismo ser humano..

En un símil bíblico, si ya habíamos llegado con la persona anterior al momento de separar, la luz de las tinieblas, con el nuevo interlocutor nos vemos obligados a regresar de nuevo a la nebulosa. Es decir, a la situación pretérita cuando todo el universo era un caos. Aunque no soy creacionista pienso que este lío queda así bastante bien ejemplificado dibujando hipotéticamente la sensación que tendría Dios si de repente se viera en la tesitura de tener que volver a iniciar el proceso creativo a media ejecución sin conseguir llegar al séptimo día para descansar.

No entendía como podía ser tan complicado el asunto. Pero de casualidad lo averigüé. La cosa tiene más delito de lo que aparenta a simple vista.

Se trata de un conglomerado donde los empleados de la misma firma se roban entre ellos, intramuros, los clientes en una lucha cruenta. No se si está directamente permitido o simplemente se hace la vista gorda. Es tan compleja la situación que, incluso si has acudido a una oficina física y cierras personalmente una oferta, puedes recibir la llamada de otra persona para venderte lo que ya ha hecho el empleado local. Es decir, que tal como vas sucumbiendo como cliente, de un comercial pasas a los dominios del otro. El último que consigue cerrar el trato será el que se lleve el gato al agua de cara a la Compañía.

Todo ello se desarrolla en un escenario en el que las diferencias salariales son acusadas, entre las personas de la oficina de al lado de tu casa y las que, por obra y gracia de la deslocalización de las operadoras, te llaman desde un lugar ubicado en países del otro lado del atlántico con un poder adquisitivo limitado, con rentas mucho más precarias y por lo tanto con más necesidad, con lo que la lucha por atrapar al cliente se vuelve más encarnizada si cabe.

El caso es que, si bien antes se podía otear al enemigo comercial en el exterior, es decir, en la competencia, con este método de captación cruzada de clientes estos trabajadores lo tienen en su propia casa.

No sé, pero a mi esto no me gusta. Siempre he preferido saber en qué campo juego y cuales son las normas. No vale todo. Me apena que, para muchas personas, acudir al puesto de trabajo pueda ser sinónimo de participar en una guerra.

Apelando de nuevo a los textos sagrados respecto a esta situación sólo se me ocurre esta cita: “Aparta de mí ese cáliz”.

Compartir el artículo

stats