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La macrogranja de la humanidad

El término macrogranja ha entrado con algarabía en el debate público tras las declaraciones del ministro de Consumo, Alberto Garzón, al diario británico “The Guardian”. Leo en este medio que el ministro defiende la necesidad y urgencia de reconocer los impactos ambientales derivados del elevado, y creciente, consumo de carne, especialmente de aquella producida de forma intensiva en macrogranjas. Es este un tema que recibe atención y preocupa en el ámbito científico. Prueba de ello, en los últimos diez años se han publicado más de diecinueve mil artículos sobre este asunto. No es mi intención revisar el contenido de estas publicaciones, pero si desean iniciarse en este tema, no pasen por alto el trabajo publicado en 2018 en la prestigiosa revista “Science” por el profesor Godfray y sus colaboradores de la Universidad de Oxford, que concluye que la producción de carne es una de las vías más importantes a través de las cuales la humanidad afecta al medio ambiente. Quisiera creer que las personas que estos días opinan sobre esta materia conocen este y otros estudios. Quisiera creer, pero no lo creo. Si algo se ha puesto a prueba con este episodio es la capacidad, notable, de buena parte de la clase política de este país para adulterar cualquier intento de debatir sosegada y razonadamente sobre cualquier asunto trascendente.

Profundizando en la raíz de esta polémica, me aproximé a la indefinición del término macrogranja. El prefijo macro apunta hacia algo grande, pero ¿grande en qué? Grande en cuanto a la cantidad de animales con respecto al limitado espacio, grande porque usa de forma intensiva el territorio para mantenerlos, grande en producción de residuos. Fue entonces cuando comencé a desarrollar el argumento que comparto con ustedes en este artículo.

"En el año 2020, la masa de los materiales de origen humano había superado por primera vez en la historia a la masa total de seres vivos"

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La población humana tardó 127 años en duplicarse desde los 1.000 millones de personas de 1800 a los 2.000 millones de 1927. Ese tiempo se redujo a 13 años a partir de 1960, hasta alcanzar los aproximadamente 7.800 millones actuales. Sin embargo, a pesar de su crecimiento exponencial, la masa total de humanos es muy pequeña con relación al conjunto de los seres vivos del planeta: apenas 60 millones de toneladas en carbono, es decir, unas diez mil veces menos que las bacterias. Lo destacable es que esta escasa masa de humanos ha ocupado y transformado más de tres cuartas partes de la superficie del planeta para cubrir las necesidades de quienes solo representamos el 0,01 % de su masa viva. La presión humana sobre la naturaleza aumentó drásticamente a partir de la Revolución Industrial como consecuencia de un uso aún más intenso del territorio que había sido previamente colonizado por nuestros ancestros, siempre a expensas del consumo masivo de energía y materia y de la generación de ingentes cantidades de residuos. Así, en el año 2020, la masa de los materiales de origen humano: cemento, asfalto, ladrillos, metales, plásticos, etc., había superado por primera vez en la historia a la masa total de seres vivos.

Explosión demográfica, uso intensivo de recursos, producción masiva de residuos… Efectivamente, hemos convertido a nuestro planeta en una inmensa macrogranja que genera materiales de forma compulsiva para evitar el gripado del engranaje del sistema económico y eludir así su colapso. Sí, señor Garzón, la producción intensiva de animales en macrogranjas es ambientalmente insostenible. Más aún, el modelo económico vigente no es compatible con un desarrollo que asegure el suministro de los bienes y servicios que proporciona la naturaleza. Pero cuídese de utilizar este argumento en futuras declaraciones. No lo refutarán con evidencias. Conducirán el debate hacia el interesado espacio del simplismo, y ante la falta de razones le tildarán de cavernícola y, ya puestos, también de comunista.

*Catedrático de Ecología de la Universidad de Vigo

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