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Javier Sánchez de Dios.

Crónica Política

Javier Sánchez de Dios

Los “regalos”

A estas alturas es más que probable que el sector agroganadero gallego considere como una plaga bíblica no pocas de las decisiones que adopta el Gobierno central. En el que, al parecer, hay individuos –en cargos importantes– convencidos de que la política medioambiental y los legítimos intereses de la especie humana son incompatibles. Y de que la transición –ecológica– hacia el futuro ha de hacerse primando la flora y la fauna sobre todo lo demás, incluida la población. En el caso español, además, la cuestión se agrava porque la planificación es casi inexistente –salvo algunos trabajos acerca de cómo irá la cosa en el 2050–, como inexistente resulta la previsión concreta acerca de –por ejemplo– qué cambios concretos serán necesarios.

(Conste que cuanto se deja dicho no es lo más grave. En ese apartado de empeoramientos, que podría muy bien encuadrarse en la ley de Murphy, y citado el sector agrario, es inevitable en estos días una referencia a la inclusión en el Gobierno de España de políticos indeseables que afirman tener su modelo en Cuba y aseguran que harán lo posible por llegar a ese status. Lo que tiene una lamentable coherencia con hechos como el de denunciar en falso a la carne de vacuno española como un peligro para la salud pública. Es evidente que a los de Podemos, desde la impunidad, les vale todo para asaltar los cielos en los que parecen creer, que no son precisamente los evangélicos).

Todo ello coincide, de acuerdo con la noticia que publicaba FARO DE VIGO, con el dato de que el sector rural gallego va a cargar con buena parte de los costes que conlleva la dichosa transición: análisis de las tierras, por ejemplo, o de los abonos utilizados, así como estudios de mucho de lo que hasta ahora se venía haciendo, por supuesto de forma plenamente legal, pero en adelante gravando a los productores. O sea, que una parte nada desdeñable de las cargas que supondrá el futuro se endosarán al presente, a las espaldas de empresas y trabajadores de un sector que padece ya la voracidad fiscal o de los precios de los productos claves para subsistir. Y Garzón, en la inopia disparando fuego “amigo”.

En Galicia, por ejemplo, donde lo rural se moderniza poco a poco, se abre la incógnita de si cuanto se ha hecho por reformar –y mejorar– el sector “casará” con las previsiones de la “transición”. En este punto, es probable la necesidad de algún matiz: cuanto precede es una opinión personal –como siempre– en absoluto reñida con la convicción de que la especie humana ha cometido, y comete, disparates contra el medioambiente. Pero eso no se va a resolver ni desde las ideologías radicales ni tampoco la mala conciencia de iluminados a los que hasta ahora esa causa apenas les importaba. Hasta que adquirió valor electoral, claro.

Lo que sí parece evidente es que resulta poco razonable hacer una transición dibujada por el mundo de la opulencia que podría cortar de raíz el legítimo interés por mejorar las condiciones vida de medio planeta subdesarrollado. Y todo ello sin estudiar medidas contra amenazas como la superpoblación –aunque en los países avanzados se plantea una crisis demográfica– o soluciones para compatibilizar remedios y derechos: eso no es una transición sensata, sino un tránsito, y a empellones, de una situación que sin duda ha de cambiarse, a la incertidumbre. Que, por cierto, no genera pan para hoy ni garantiza la ausencia de hambre para mañana. Por más que el progresismo anuncie una vida de regalos y haya descubierto en “lo verde” un filón que por inestable puede acabar como el “bienestar por decreto”: en ruina.

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