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Julio Domingo Souto

La banda de los desjubilados

El carácter performativo de las palabras a medida que la sociedad de la información avanza resulta cada vez más apabullante. Cuando podemos construir un relato sobre algo, tenemos conciencia de su existencia, y muchas veces lo elaborado es más tozudo que la realidad. Siempre fue así, siempre lo aparente ha ocultado la verdad, y en tiempos de posverdad esto deviene en farsa, tragedia o en ambas cosas a la vez.

Hay un relato muy elaborado de lo que puede hacer una persona a partir de una cierta edad. Para rellenar ese espacio entre lo que creíamos saber y lo que realmente sucede necesitamos nuevas palabras para construir uno nuevo, un relato real que es la mejor de las ficciones.

Hay ciertos guarismos mágicos relacionados con la edad: 6-18-65. A los 6 años vamos al colegio; a los 18, votamos y a los 65… empezamos a despedirnos. Estos números son tan performativos, que tienen prevalencia legal: educarnos, ser ciudadanos y jubilarnos. En algún momento tuvieron sentido, pero hoy son verdades gastadas, ajenas a la biología y la experiencia emocional de las personas, a la edad sentida con la que es difícil de establecer una categoría legal.

Estamos asistiendo a una revolución silenciosa. Las cohortes de edad están anquilosadas y nuevas bandas pululan por la sociedad. La estadística ha sido sustituida por los sentimientos. ¿Realmente son los 65 años de ahora idénticos a los de 1919 cuando se estableció ese guarismo mágico? Evidentemente nadie lo cree. Hace cien años, eras un anciano; ahora, te faltan horas en el día para realizar todo lo que te apetece, pues tienes salud, dinero… y sí, amor, como para andar desperdiciando la vida.

Todos sabemos que la ley es lenta, pero las mentalidades lo son aún mucho más. Costó dar el lugar que se merecían a los jóvenes en la sociedad, pero ahora estamos asistiendo al fenómeno contrario. A partir de cierta edad no contamos con personas que mantienen incólumes las ganas y el conocimiento, y además tienen experiencia; se les deja de pedir opinión y se les quita responsabilidades y así, de manera ineluctable, el hecho cronológico, no biológico o emocional, triunfa. Esta discriminación tiene un nombre, edadismo, tan mala, o incluso peor, que la segregación que supone establecer hoy en día una edad de jubilación obligatoria.

"Son los séniores, con la salud y los ánimos intactos y la experiencia acumulada de siempre. Es mucho el talento que estamos desperdiciando; ¿hasta cuándo?"

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Sin embargo, en cualquier actividad, si dejamos caer la vista a nuestro alrededor, nos damos cuenta de que son muchas las de esa edad que la comparten con nosotros. ¿Dónde queda en ese momento la edad? En ningún lugar, no entra en la ecuación, porque estamos valorando a las personas por lo que son y no por lo que su partida de nacimiento presupone que son.

Todo esto nos conduce a nuevos conceptos que irán dando cuenta de la nueva realidad en la que estamos inmersos. Desjubilación es uno de ellos: situar el fin de la actividad laboral no en una edad, sino en la capacidad de una persona. Esto es algo revolucionario que ha ido conformando una banda, en la que muchos están sin saberlo. Son los séniores, y cada vez son más, con la salud y los ánimos intactos y la experiencia acumulada de siempre. Es mucho el talento que estamos desperdiciando ¿hasta cuándo?

Solo los contrarrevolucionarios, que los hay, están reaccionando, y mal, apoyados en una mentalidad más propia de otro tiempo. Se dice, para transmitir a la sociedad una imagen falsa de los séniores, que “van contra el trabajo de los jóvenes”, algo que ha sido desmentido por sólidas investigaciones. Pero los hechos son tozudos y esta banda de revolucionarios sin conciencia serán un tercio de la población española en 2050.

Nos encaminamos hacia una sociedad de desjubilados, donde surgirán nuevas formas de trabajo y convivencia. Hay un mundo de posibilidades por explorar. Toda revolución surge de una necesidad social y produce miedo. La del tiempo, como la neolítica, la industrial o la democracia, no es una excepción. Podemos ser protagonistas de la historia o arrasados por ella. Tú decides.

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