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Juan Carlos Herrero

Antropología política

De “Maixabel” al 'procés': el hecho diferencial

Corría el año 1974, Pasajes, San Sebastián, apenas adolescente cargaba una radio de mochila que pesaba más que el portador marinero de la Armada. Enfundaba un pistolón que me asignaron sin saber cómo funcionaba. El dragaminas “Odiel”, comprado al ejército USA y con base en Ferrol, supervisaba pesqueros vascos por si ETA camuflaba armas entre merluzas. De adolescente no hay miedo a los atentados, sin embargo cada vez que se arriaba la lancha neumática para abordar al pesquero temía caer al agua, con tanto lastre no me salvaba ni la caridad, cosas de mili. Bastante sabía yo de odios nacionales.

De aquella las Vascongadas eran un hecho diferencial. Mi ignorancia cultural no distinguía entre el árbol de Guernica y la Cataluña de Rafael Casanova, pero un fuego “amigo” mataba sin miramientos. ETA asesinó hasta el año 2009 por odio, manoseando conceptos de libertad e independencia, el mismo argumento del procés catalán, un hecho diferencial pese a Terra Lliure.

Ya con perspectiva histórica de la sangrante reivindicación independentista pude constatar que unos, los etarras, dispararon a quemarropa, a bomba lapa de cobardes. Otros empatizan con la causa si bien con fuego onomatopéyico, el “¡Bang!” escrito en banderín, símil retórico siempre preferible al atentado. Hay que expresar fobias con palabras no con balas. Todo lo que sea negociar, sin violencia, sin armas es aceptable, pero no vale aquello de “ganar, ganar y ganar” también hay que saber perder. Es lo que argumenta Maixabel.

La directora Icíar Bollaín no entiende, pese a su Maixabel, que la chavalería ignore lo que fue la banda terrorista ETA: “Me parece terrorífico que la gente de 20 años no sepa lo que es ETA”. Los diálogos de la película van en esa línea, hablar con los asesinos para que otras generaciones no estén expuestas a la barbarie y sinrazón terrorista.

¿Por qué un chaval no sabe lo que fue ETA? Seguramente por la misma razón que se explayarán muy poco sobre la dictadura franquista: no la han vivido. Es Historia pero no memoria. Esta última no prima en el currículo, aunque la “historia” de sus libros de texto barra para casa. Unamuno no llamaría a eso intrahistoria.

El trabalenguas de –memoria histórica– es un sinsentido para quienes no han vivido la guerra o el terrorismo. Por mucho dolor infringido –¡mataron a nuestros abuelos!– una tercera generación es historia pero nunca memoria, pese a la psicologización y argumento de Bollaín, aun siendo ella la que propicia diálogo entre la esposa de la víctima y sus verdugos. Es el hecho diferencial: Historia, con mayúscula, y la memoria que invita al diálogo y la paz, no inferir más odios.

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