Faro de Vigo

Faro de Vigo

Contenido exclusivo para suscriptores digitales

Javier Sánchez de Dios.

Crónica Política

Javier Sánchez de Dios

La cosmética

Es cada vez más evidente, a poco que se analice con alguna perspectiva, que el Gobierno de España no solo domina su espacio parlamentario, sino que sus estrategas –tanto los conocidos como los que ejercen desde la sombra– están ocupando, fuera del hemiciclo, buena parte del que le correspondería a sus adversarios. Por supuesto, este punto de vista, particular, no significa que la oposición no exista, sino que baila con la música que sale del Consejo de Ministros o de las reuniones que las autonomías mantienen con el presidente Sánchez o miembros de su gabinete. Hay ejemplos, diversos y abundantes, que lo prueban.

Y es que, con diferencias en el tono y el contenido, PP y Vox –Ciudadanos es ya casi un espectro– no hacen sino hablar y hablar, siempre a remolque de lo que hacen o dicen sus contrincantes. Y, para colmo, incluso sus mandatarios autonómicos no solo se abstienen, sino que a veces respaldan medidas, por tímidas que sean, allí donde urgen las de grueso calibre. Es más: llegan a pactar decisiones que lejos de buscar remedios eficaces para los verdaderos problemas, solo responden a lo que mejor saben hacer quienes ejercen la gobernanza: cosmética. Y dado que para muestra basta un botón, sirva el último: el acuerdo logrado para que las residencias de mayores imiten a un hogar. Aleluya

Conste que se incluyen detalles concretos para fijar el escenario: cuartos individuales e incluso muebles domésticos. Además, un añadido que hubiera servido quizá para salvar muchas vidas: el teórico establecimiento de controles –en principio cada dos años– en los que intervendrían los propios residentes, aunque no se concreta si serían los más veteranos y, por tanto, los que más experiencia acumulen y mejor conozcan lo que hay. Suena a esas sinfonías que los músicos al servicio de la coalición PSOE-Podemos suelen interpretar, pero que hasta ahora han sido siempre inacabadas. Es la característica de autores e intérpretes.

Ocurre que el pacto, al menos desde un punto de vista particular, implica el reconocimiento de que en algunos de sus aspectos de haberse hecho mucho antes quizá se hubieran salvado miles de vidas durante el primer año de pandemia. No por la cosmética, desde luego, pero puede que sí con los controles, que si se establecen ahora es porque antes no los había. Y en cuanto a lo otro, a la parafernalia, el acuerdo demuestra una ignorancia de lo que significa el mundo y la problemática de los mayores. Que por el mero hecho de serlo no tienen limitadas sus capacidades ni disminuida su disposición al servicio de la sociedad, más que demostrado a lo largo de este decenio de crisis.

Alguien debería explicarle a los “sabios” que redactaron el pacto que, sobre todo y ante todo, los mayores quieren participar en todo aquello para lo que se sienten útiles, que es mucho más de lo que cree una legión de políticos convencidos de que la juventud es un mérito y no un hecho biológico. Que olvidan que los mayores han aguantado en estas crisis, con sus pensiones, la economía y la convivencia en cientos de miles de hogares y que, en definitiva, para la inmensa mayoría de ellos una residencia, por cómoda –y cara: son un buen negocio– que sea, no es donde la mayoría quieren estar. Los llevan a ellas, por razones diferentes, eso sí, pero en su gran parte prefiere estar en sus casas, sus hogares; pero los de verdad, no ese paripé que unos cuantos planean ahora, quizá para hacerse perdonar. Ellos sabrán por qué.

Compartir el artículo

stats