Para Shakespeare, ilustre dramaturgo y sabio intérprete de nuestro mundo, “la clemencia que perdona a los criminales es asesina”. Traída esta frase a nuestros días nos señala que el indulto concedido por nuestro gobierno a los sediciosos catalanes hace criminal al gobierno. Nos vende este que es bueno que el asunto de los políticos presos quede superado y que un indulto es una buena solución. Oímos también por ahí que estos presos ya han tenido suficiente castigo con el tiempo que han pasado en la cárcel. Otros nos intentan convencer de que los sediciosos no actuaron con mala voluntad, si acaso con un espíritu y unos ánimos en exceso encendidos pero nada más. Que quizá pudieron sobreactuar, pero que realmente nunca llegaron a declarar la independencia. Hay incluso quien sostiene que disponían de plena legitimidad moral para hacer lo que hicieron. Argumentos bienintencionados hay sobrados. Que nos muestran siempre que se entendió muy poco y mal la realidad de los hechos. Porque lo cierto aquí es que no hay dos delitos más graves que la sedición y que la rebelión. El crimen más perverso que pueda cometer un individuo o un colectivo cualquiera nunca será tan grave como la sedición y la rebelión. Para comprenderlo basta con recordar que el ser humano lleva siglos y siglos matándose y muriendo intensiva y extensivamente por culpa de sediciosos que no tuvieron empacho a la hora de empujar al pueblo a la guerra, al enfrentamiento, al dolor y al hambre, solo por ver cumplidos sus personales sueños de gloria. Los junqueras, puigdemonts y forcadells de cada época han sido los causantes de todas las guerras y de las mayores catástrofes nacionales que se han vivido. Políticos que vacían sus depósitos de combustible ideológico sobre la gente de a pie, confiados en que la chispa saltará en algún momento y que la sangre vertida les aupará luego al poder. Esto es así y el que no lo quiera ver está intelectualmente ciego o carece de un mínimo conocimiento de historia. Los sediciosos catalanes jugaron al enfrentamiento popular y a repetir los peores episodios de la historia, y lo sabían. Fracasaron, afortunadamente para todos, por un error de cálculo, nacido de su soberbia, consistente en no tener un ejército que sacar a la calle. Lo intentaron en su lugar con tractores, animando a bloquear carreteras e instituciones y también con la fuerza limitada de la parte más contaminada de los mossos, pero sin tener lo esencial. Haciendo el ridículo, claro está. Y es que nadie consiguió nunca alcanzar una independencia ilegítima e ilegal sin tener suficientes armas y sin imponerse violentamente. Mas con armas o sin ellas la intención de los independentistas fue la de siempre: imponer su voluntad y forzar el enfrentamiento social sin importar las consecuencias. Exactamente lo mismo por lo que antes generaciones y generaciones de hombres y de mujeres han muerto, desaparecido y sufrido. Los sediciosos catalanes hasta ahora presos han tenido la suerte de que estamos en un siglo y en un país donde lo que hicieron no tiene el precio de que a uno le corten la cabeza y esta circunstancia la podemos considerar positiva, pero de ahí a que el pueblo se lo perdone en tan poco tiempo y sin necesidad de retractarse va un mundo. Además de ser un error, que como bien señala Shakespeare, hace criminal al clemente.