Los indicios que hace un año apuntaban a que el Covid–19 traería –además de los enormes males que produjo y otros que aún están por llegar– una aceleración del futuro se han convertido en evidencia: el porvenir ya empezó. Algo que, para eliminar las últimas dudas, confirman las empresas con esa decisión que acaba de publicar este periódico de apostar definitivamente por la energía fotovoltaica para ahorrar, entre otras, la partida del consumo eléctrico. Algo que se une a los anuncios de parques eólicos marinos y que marcan el declive definitivo, al menos en el ámbito de los países desarrollados, de los combustibles fósiles.

Esa perspectiva va a cambiar muchas cosas y adelantar no pocos plazos: por eso se dice aquí que el futuro es ya presente. Y más desde que la UE aprobó el Plan económico del Gobierno y anunció para agosto la primera entrega del maná en forma de miles de millones de euros. Un plan cuyo contenido al detalle se desconoce, y que para Galicia puede ser más o menos beneficioso en función de cómo se contemplen las ayudas y a qué tipo de proyectos. Si priman a empresas grandes y medianas, el tejido económico y social gallego va a sufrir mucho. Habrá que prevenir.

(La prevención es clave porque los cambios, que serán rápidos, pueden producir –si quien corresponda no espabila– un perjuicio serio. Las causas principales son la escasez actual de alternativas, la dependencia de terceros y relativo retraso tecnológico español y gallego. Pero hay ya síntomas claros de reacción: las universidades amplían su abanico de titulaciones y, sin olvidar las Humanidades, refuerzan mucho lo que alguien llamó “ciencias del mañana”, además de abrir puertas, como ya quedó dicho, a la FP. Es un acierto y acaba con algunos tópicos).

Probablemente no sería necesario poner más ejemplos para argumentar la opinión –personal– que precede, pero viene muy al caso algún otro. El “caso Alcoa”, la multinacional de Minneapolis que decidió irse de Galicia alegando la elevada factura eléctrica, mucho más alta que la europea. Otro, el hecho de que, en vez de cumplir lo prometido, en España no se ha abaratado esa energía, sino que se han disparado los precios de forma escandalosa y afectan ya a la sociedad entera. El Gobierno “estudia” bajar impuestos al consumo, pero la asignatura sigue pendiente.

Puede que abunden las gentes del común que, ante los precedentes, no tengan demasiada confianza en lo que dicen y hacen el señor Sánchez y sus colaboradores. No en vano en las dos últimas elecciones generales obtuvo los peores resultados del PSOE durante los tiempos modernos: está obligado a optar por la aritmética antes que por la política y dejar decisiones claves para el futuro –o sea, para ya– en manos de sus socios, no muy sensatos precisamente. De ahí que tanta gente pregunte tantas veces qué va a pasar con los Fondos Europeos sea cual fuere su cuantía final, y con su reparto. Ojalá que se equivoquen.

¿No...?