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Escambullado no abisal

Armando Álvarez

El virus mató al extraterrestre

Iker Jiménez ha dejado el misterio o es quizá el misterio el que se ha despojado de sus pesquisas. A Iker se le ha desmoronado la fe ante la falta de pruebas, lo que constituye una contradicción en sus términos. “Estoy cansado de las migajas”, ha dicho, tras años de pareidolias forzadas, psicofonías confusas y luces lejanas. Su nave se redirige ahora hacia el crimen y la conspiración; hacia la corteza y la miga golosa que tantos saborean.

Suelo justificar mi vocación en que me gusta contar historias. Propaganda que incluso yo he empezado a creerme. Siendo honesto, me dediqué al periodismo porque no sabía qué quería ser o tal vez porque quería ser muchas cosas pero solo un ratito. Esta profesión, si careces de talento dramático, es la que mejor se acomoda a temperamentos diletantes como el mío. Los actores disfrutan de muchas existencias y los periodistas sabemos de muchas materias. Pero son simples abortos de vida y conocimiento. Instrumentos sin mejores resplandores, nos cantaría Silvio, que lucecitas montadas para escena.

Al menos los actores presumen de farsantes. Nosotros intentamos disimularlo. He escrito artículos de opinión basados en la mecánica cuántica o en la genética. Y reportajes sobre automovilismo o gimnasia rítmica. Asuntos de los que nada sé ni comprendo. Solo necesito fingirlo durante un puñado de líneas, igual que otros durante un puñado de minutos en radio o televisión. “Un océano de sabiduría de un centímetro de profundidad”. Así nos definimos.En ocasiones, con suerte o pericia, océanos bellos y de un azul en apariencia profundo, siempre que no pretendas sumergirte en ellos.

Iker sí sabía de lo que hablaba. Se había dedicado a lo paranormal desde su adolescencia, apadrinado por Jiménez del Oso y Germán de Argumosa, que fueron nuestros primeros guías a través de esa oscuridad. Iker creía siempre y a la vez. Había conseguido elaborar, aunque sin formularla, una especie de teoría del todo. Los físicos teóricos se devanan los sesos buscando modelos que puedan explicar coherentemente todos los fenómenos. Iker había construido un universo armónico con aquello que la ciencia niega o duda. Pleisosaurios solitarios, eslabones perdidos, sectas estrafalarias, extraterrestres multirraciales y fantasmas convivían en su realidad, ignorándose o esquivándose entre ellos, nunca sabremos si los extraterrestres creen en fantasmas, pero al menos consintiéndose, sin asustarse unos de otros.

Iker convocó a miles de personas mirando al cielo durante su Alerta OVNI. Había edificado toda una industria, con sus conferencias, libros y exposiciones itinerantes. Así que su credulidad, que reconfortaba en una época tan escéptica, también ha resultado a la postre más rentable que ingenua.

Pero a Iker, transformado en personaje pop, con sus parodias e imitaciones, ya no le basta con esa devoción. Tampoco con las conspiraciones clásicas sobre el magnicidio de JFK, los Illuminati o el proyecto MK Ultra. Iker quiere dedicarse a la actualidad. Ha descubierto ese filón gracias a la pandemia, igual que Pablo Motos. Se ambicionan líderes de opinión. No existe mayor embriaguez que la de sentir que los demás te atienden, aunque no entiendas demasiado de lo que hablas. Iker y Pablo quieren su propio océano, en el que remojar los pies.

Iker se dedicará a temas serios igual que el cómico pretende que lo contraten para un drama o el articulista escribir una novela. Por el prestigio, el respeto, la solemnidad. Porque lo paranormal, aunque trate de asuntos trascendentales, siempre será ese gueto observado con sarcasmo o condescendencia. Mi propio periódico publicó en 2012 que en la Universidad de Vigo habían registrado psicofonías. Apenas mereció una pequeña llamada en portada. Lo mismo ha sucedido con los avistamientos de ovnis sobre la ría. Cualquier mínima variación en un baremo económico merece más atención que el indicio de que existe vida más allá de la muerte o de la Tierra.

Yo creo poco y en pocas cosas, en general. Pero añoraré a ese Iker que se entusiasmaba con la huella de un chupacabras o con la forma caprichosa del vaho en una ventana. Ese que le rascaba el socarrat de la fantasía a cualquier incidente. H.G.Wells ya nos había anunciado en La guerra de los mundos que una bacteria o un virus matarían a los extraterrestres justo antes de que lograsen exterminar a la humanidad. Una salvación dolorosa porque al privarnos del misterio irónicamente nos condena a una existencia desolada.

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