Lo que pasa en el ayuntamiento de A Coruña no parece, visto desde fuera, muy diferente de cuanto sucede en una buena parte del PSdeG: la ausencia de un liderazgo aceptado –que no es lo mismo que tolerado– por una mayoría consistente agrieta. Y la primera consecuencia, al igual que ocurrió en otros grupos políticos, es que la debilidad estructural que generan las brechas abre un proceso de atomización. De modo que más temprano que tarde, otro ajuste de cuentas que el socialismo no puede ni debe permitirse. Y Galicia tampoco lo merece.

Se dice lo que precede –desde un punto de vista particular– porque la crisis no se reduce al ámbito municipal o al desencuentro entre la alcaldesa y una concejala. El hecho de que esta sea a la vez secretaria del PSOE en la ciudad, y las declaraciones de dirigentes afines al secretario general criticando –con mal estilo– a la señora Rey, le dan una dimensión mayor. E inevitablemente entroncan con otros episodios, el más llamativo de ellos la ausencia del llamado “poder local” del socialismo gallego a una reunión inmediatamente posterior al 12-J.

El conflicto, como queda dicho, entra de lleno en uno de los frentes abiertos en el PSOE y que en algunos aspectos tienen ya una larga duración. Anterior desde luego a otra dolorosa sorpresa como fue la derrota y la salida de la Xunta en 2009, mal digerida por imprevista y que no abrió paso a un aritmético proceso de suficiente renovación interna. La forma en la que llegó a la dirección el actual equipo y la elección “exprés” –ante la desgana del PSdeG– del candidato a la Xunta en julio eran síntomas de una debilidad que las urnas volvieron grave.

Ahora mismo, e insistiendo en que se trata de un punto de vista particular, la imagen del socialismo, aquí, es quizá peor aún que la reflejada el 12-J. Es un partido sin criterio ni programa sólido, dócil hasta la náusea ante el mando federal y su maltrato a Galicia y –sobre todo– incapaz de llevar a nivel autonómico el peso de su gobernanza en las grandes ciudades y villas medias y en tres diputaciones. Una inutilidad tal que ha logrado que sus socios, minoritarios en las coaliciones locales y provinciales, le hayan sacado más provecho y superado en el Parlamento de Santiago.

Con todo y con eso, el PSdeG-PSOE –al menos el que era hasta la llegada del sanchismo al poder absoluto– es un instrumento necesario, clave para el equilibrio presente y futuro de este antiguo Reino. Y por eso los análisis de sus problemas internos pueden ser más o menos acertados, pero de ningún modo injerencias indebidas. Quienes gobiernan a más de millón y medio de habitantes de este país tienen el derecho democrático de hacerlo y deber de ejemplaridad incluso en sus disputas internas. Recordárselo desde fuera no es sino también una obligación derivada de la libertad que a todos beneficia. Y por eso se hace.

Conste.