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Javier Sánchez de Dios.

Crónica Política

Javier Sánchez de Dios

Los afónicos

Así pues, y tras otro estruendo provocado en Galicia por el inefable Ábalos –que es de los que hacen cierto eso de que cuando hablan sube el pan–, sorprende la afonía que aparentan padecer algunos sectores a los que no se les oye. Y conste que no es alusión al PSdeG, que salvo alguna excepción –tan honrosa como aislada– se ha vuelto mudo ante los desatinos de su Gobierno: los afónicos son otros y, en algún caso, los que aún denunciándolos carecen de la autoritas que harían más serias sus quejas y aportarían más peso a la reivindicación colectiva.

La cita de la patronal se refiere a la “oficial”; es decir, a la CEG porque la Confederación de Empresarios de Galicia hace demasiado tiempo que es una especie de coral polifónica, y sus numerosas y diferentes voces están, además, desafinadas. Carece de influencia dentro y fuera de la comunidad y seguramente por eso ni el ministro de Transportes, ni sus colegas de la española CEOE se toman la molestia no ya de consultarle asuntos de relevancia, sino siquiera de informarla. De ahí que, ahora mismo, resulte un peso muerto para que alguien la tenga en cuenta.

En el capítulo de los afónicos, o quizá mejor de los mudos, hay que situar a los representantes en Galicia de UGT y CC OO, y hasta a la propia CIG. Por increíble que resulte, sobre todo si se tiene en cuenta lo que el Corredor Atlántico representa para este antiguo Reino, y más en concreto para sectores estratégicos de su economía. Lo que entre otros efectos supone crear o no –y mantener– empleos aquí y facilitar o reducir la capacidad competitiva de los productos gallegos. Además, por supuesto, de contribuir al equilibrio de España, algo que ahora peligra.

Conste que las causas de la actitud de las –curiosamente– llamadas fuerzas “sociales” son diferentes, pero los efectos se parecen como dos gotas de agua. En el caso de la patronal, el origen está en los intereses personales que fragmentan su organización; en el de los sindicatos, porque anteponen su lealtad ideológica a un gobierno que se dice “progresista” sobre la que deben a la comunidad de la que forman parte. Dicho, por supuesto, desde una opinión personal; y hay más frenos, pero tampoco es cosa de señalar uno por uno: basta con citar los principales.

Existe otro elemento que señalar: la política de alianzas por la que la Xunta ha apostado puede o no dar sus frutos, eso ya se verá aunque por el momento su contabilidad anda escasa de éxitos. Y eso hace que llame aún más la atención la ausencia de pactos con el resto de los gallegos que no forman parte de la mayoría gubernamental. Cierto que hay veces en que resulta más difícil ponerse de acuerdo con los vecinos que con los extraños, pero aquí da la impresión de que nadie lo ha intentado con auténtica voluntad de llegar a alguna parte. Pero la envergadura del asunto obliga a insistir hasta lograrlo.

¿O no…?

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