Luis Martínez Salgado, nuestro Marsal, se ha marchado con la discreción y humildad que caracterizaron toda su vida. Lo mismo hizo en su día con su despedida del balonmano activo, cuando informaba y creaba afición desde las páginas de Faro y otros medios o regía con entusiasmo el club Galicia Social de sus amores. Los que tuvimos el honor de conocerlo y de tratarlo sabemos muy bien de su bonhomía para con los amigos y de su lealtad a todo en lo que creía. Ni un mal gesto ni un desaire ni una maledicencia en su haber durante su dilatada andadura como colaborador de prensa y radio o dirigente deportivo. Un ejemplo a resaltar en unos tiempos tan convulsos como los actuales en que ciertos valores hacen agua por todas partes.

Sería muy extenso glosar todo lo que el balonmano –a nivel vigués, provincial y gallego– debe a Salgado. Quizá no le hubiese gustado que se expusieran en público estos méritos, dada su más que probada discreción. Pero no está de más mencionar algunas de las distinciones –muy a su pesar– que avalaron su trayectoria única en un tiempo también único para el balonmano: Vigués Distinguido, insignia de oro de la RFEBM, medalla de oro de la Federación Gallega y un sinfín de reconocimientos no solo en el mundo del deporte (el fútbol también fue una de sus pasiones), sino en el ámbito cultural, ya que Galicia Social era una entidad socio-cultural que también cultivó y promocionó el teatro, la zarzuela, el ballet, la música popular...

En las periódicas visitas que Fernando Ruano y yo le hacíamos a la residencia donde pasó sus últimos años –tras aguardar a que terminase de rezar el Santo Rosario que tan fervorosamente dirigía ante el grupo de devotos a la Virgen del Carmen–, ya con su cabeza anclada en tiempos pretéritos, Salgado sonreía cuando rememorábamos aquellos torneos veraniegos del Hermano Miguel (Maristas), en los campos de Leri, en el colegio Losada... dedicados a la cantera (el futuro del balonmano, como él repetía hasta la saciedad). Luego, preguntaba por unos y por otros, algunos ya fallecidos pero vivos en su mente, por la marcha de los equipos... Y se reafirmaba una y otra vez en lo feliz que era, lo contento que estaba en la residencia, los cuidados que recibía, lo agradecido que estaba a la vida. Añoraba pocas cosas del exterior porque todo permanecía vívido para él, como si el tiempo se hubiese detenido y solo perdurasen las cosas buenas y que le hacían sentirse bien. La última vez que gozamos de su compañía Ruano y yo –la pasada Navidad– se despidió con un “me voy a mi habitación, que tengo que mandar a FARO la crónica del partido del Gran Peña”. Grande Lulo.

Que el manto de la Virgen del Carmen que tanto veneraba acoja su alma y su espíritu siga inspirándonos la bondad que proyectó en su vida.

*Expresidente de la Federación Galega de Balonmán