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José Manuel Ponte

inventario de perplejidades

José Manuel Ponte

Una máquina de contar dinero

Según una conversación grabada entre el tenebroso comisario Villarejo y la pseudoprincesa Corinna Larsen, que fue amante durante años del rey Juan Carlos I, este estaba obsesionado con el dinero y hasta tenía en palacio una máquina para contarlo. Un aparato, a lo que parece, de gran utilidad, porque el dinero llegaba en grandes cantidades y de muy diversas procedencias, bien en forma de comisiones ilícitas bien de regalos y donaciones de variado pelaje. Aunque la parte del león hay que atribuírsela a la casa real de Arabia Saudita y resto de monarquías de Oriente Medio que mantenían con el ahora rey emérito una relación que ellas mismas calificaban de fraternal.

Las repetidas informaciones sobre la fortuna acumulada por el monarca al margen de la generosa dotación presupuestaria destinada a cubrir los gastos de la Familia Real, tienen escandalizada a la opinión pública española. Y obligado a su hijo y sucesor a tomar medidas cada vez más duras para salvar el prestigio de la institución. Primero fue la abdicación, luego la retirada de la asignación anual de 200.000 euros, y ya se especula con la posibilidad de que pierda el tratamiento que le otorga la Constitución, y se le expulse de palacio y hasta del país. Y todo ello, con la firma de su hijo y heredero Felipe VI. Mayor humillación no cabe.

La pérdida del carisma que la familia de Juan Carlos de Borbón empezó a sufrir en la última etapa de su reinado se inició con el llamado caso Urdangarin, un yerno deslumbrado con la facilidad con que algunas autoridades autonómicas le retribuían generosamente por informes y trabajos de nulo interés para una administración pública. Aquel episodio concluyó con Urdangarin en la cárcel y su hija viendo cómo luego su hermano, ya como rey, retiraba al matrimonio el título de duques de Palma.

Las cosas iban mal, pero aún fueron a peor cuando se supo que Juan Carlos se había roto la cadera durante una cacería de elefantes en África, en la que participaba una aristócrata alemana que era su amante desde hacía varios años. La revelación sobre la existencia de esa señora no escandalizó demasiado porque eran conocidas las aficiones del anciano monarca. Pero la fotografía del Rey, orgulloso de haber dado muerte a un elefante, no gustó. Los elefantes despiertan mucha simpatía en la opinión pública y parece una crueldad innecesaria presumir de cazar algo tan grande y pacífico. Y menos aún cuando esa caza está prohibida en una mayoría de países.

Desde el episodio de Botsuana la suerte parece haber abandonado a Juan Carlos de Borbón y cada vez son menos los que recuerdan su papel de defensor de la causa democrática cuando el intento de golpe de estado del 23 de febrero de 1981. Aquella noche en la que Juan Carlos, con uniforme de capitán general, llamó a Jordi Pujol para infundirle tranquilidad y confianza en el futuro. Desde aquello ha transcurrido mucho tiempo y hoy los dos ancianos políticos viven momentos difíciles. Al parecer, su compartida obsesión por el dinero les ha pasado factura. Queda por saber si entre la retirada de honores al Rey emérito se incluye también la entrada en el Club Náutico de Sanxenxo.

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