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Se equivocó la Iglesia. Se equivocaba

Los hombres y mujeres de mi generación recordarán la labor de adoctrinamiento político y religioso de que fuimos objeto en nuestra infancia. Para el primero, nos hacían aprender la llamada "Formación del Espíritu Nacional", que no era sino una interesada inoculación de la doctrina falangista. La asignatura era conocida como FEN, pero también, y muy significativamente, decíamos "la política", porque de eso se trataba, de "hacer política", pero con los niños, a los que, indefensos, se quería moldear a imagen y semejanza del Régimen.

También la Iglesia, que paseaba bajo palio al dictador, elevado así a la categoría de santísimo caudillo por la gracia de Dios, nos inyectaba en vena y en cerebro la doctrina del nacionalcatolicismo a base de memorizar un catecismo de preguntas y respuestas cuyos contenidos eran ininteligibles para nuestras tiernas y virginales mentes. Eso en la escuela; luego, a lo largo de todo el bachillerato -seis años-, curso a curso, "golpe a golpe", que diría Machado, se estudiaba Religión. Nunca he entendido que pudiera ser tratada como tal asignatura, hermanada con la Química, las Matemáticas o la Zoología.

Pues bien, iba en aquel caudal de adoctrinamiento religioso el entendimiento y percepción del protestantismo como una teoría falsaria, obra de un energúmeno enemigo de la Iglesia, llamado Lutero, que decidió rebelarse contra el Papa agitando una sarta de herejías. Veíamos en aquel pérfido agustino, fustigador de la verdad divina que Roma patrocinaba, una suerte de enviado satánico cuya misión era dividir a la Iglesia e infligirle un daño perdurable.

Tardé años en ir descubriendo la verdad de aquel reformador al que hoy, con voluntad de concordia, se acerca la Iglesia de Roma. ¡Quién nos iba a decir hace años que Lutero -con sus luces y sus sombras- sería rehabilitado por reputados teólogos! Para Hans Küng fue una "personalidad genial y profundamente creyente", una "extraordinaria figura profética" cuya aspiración era el retorno al evangelio de Jesucristo de una Iglesia entonces corrupta y formalista. Tenía una vigorosa fe en el poder de la palabra de Dios, y entendía que sus oponentes quedaban por ella misma refutados. En un reciente libro ("Semblanza de grandes pensadores"), Manuel Fraijó, catedrático de Filosofía de la religión, reivindica la figura de Lutero reproduciendo la opinión del padre dominico Congar, para quien Lutero ha sido un "innovador doctrinal, un batallador, subversivo, seductor, visionario." En 2015, el cardenal Reinhard Marx, presidente de la Conferencia Episcopal Alemana, ha reconocido a Lutero como inspirador de las grandes reformas que esperan a la Iglesia Católica. Y Kaufmann, autor de una reciente biografía de Lutero, lo retrata como "irreprochable monje, escrupuloso sacerdote y meticuloso académico". El profesor Danilo Escalano, por su parte, sostiene que el peso del luteranismo en la historia de Europa no se limita al ámbito religioso; supuso también una inflexión en el campo político, moral y jurídico al plantear cuestiones propias de la Modernidad. Y, en esta línea, afirma W. Goetz que Lutero logró romper el cerco espiritual que había envuelto a la humanidad de la Edad Media. Quiso anteponer la ortodoxia de las escrituras a la jerarquía eclesiástica. Al margen de la discusión acerca de si la Edad Moderna empieza con Lutero o con la Ilustración, creo que sí puede afirmarse que una parte, al menos, de esos cimientos se deben a la Reforma. No en vano la Ilustración le significó como defensor y precursor de la libertad de espíritu y de conciencia que ella propugnaba. Dice el cardenal Kasper que "para algunos, Lutero se ha convertido ya prácticamente en un padre de la Iglesia común a las dos confesiones, la católica y la evangélica". En cualquier caso, quien en su día fue anatematizado y tachado de hereje, es hoy objeto de un juicio ponderado y sereno, con actitud reflexiva y voluntad de justicia.

Ya el Concilio Vaticano II vino a dar la razón a Lutero en algunos extremos. Desde entonces, se ha ido fraguando un acercamiento entre las dos iglesias con un diálogo entre católicos y protestantes, uno de cuyos hitos más relevantes tuvo lugar en el año 1999 con la firma de la declaración conjunta de unos y otros -ratificada por las dos iglesias- sobre la crucial doctrina luterana de la justificación, de la que se dice - y así lo admite hoy la Iglesia de Roma- que no debe ser causa de separación, antes al contrario, se piensa que, dado el fraternal diálogo entre ambas iglesias, están hoy en posición de articular una interpretación común de aquella doctrina que en el siglo XVI fue la causa de condenas doctrinales y motivo principal de división en la iglesia occidental. Según el citado documento, la interpretación que en el mismo se recoge acerca de la doctrina de la justificación demuestra que entre luteranos y católicos hay consenso respecto a los postulados fundamentales de aquella.

De enorme valor simbólico fue la participación del Papa Francisco en la conmemoración del quinto centenario de la Reforma luterana que tuvo lugar en las ciudades suecas de Malmö y Lund el año 2017. Con su asistencia, no hacía sino materializar un deseo expresado años antes por el Papa Benedicto XVI.

Este esperanzado camino de encuentro y la asunción por parte de la Iglesia de Roma de algunas iniciativas de Lutero valen tanto como una implícita o virtual rehabilitación y el reconocimiento de que su condena como hereje hoy no se sostiene. Dice Fraijó que "solo un cúmulo de torpezas, a repartir entre Roma y Wittenberg, dio lugar a una división que sembró Europa de dolor y muerte." En todo caso, fue un error cometido hace 500 años. ¡Qué lenta es la justicia de la historia!

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