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Escambullado no abisal

Simón, que es Pedro

"Errar es humano, pero echarle la culpa a otro es más humano todavía", sentenció Marcos Mundstock, con su voz de narrador del Génesis. Necesitamos alguien a quien culpar y a esta tarea nos estamos dedicando con todas nuestras energías desde que estalló la pandemia e incluso antes por lo contrario, cuando buscábamos a los culpables de su exageración; por confinarnos tarde o por confinarnos de más. Alguien ha de tener la culpa de que amanezca.

En las situaciones extremas, esa búsqueda de un chivo expiatorio enloquece hasta el delirio. Ha sucedido con otras enfermedades. Durante la peste negra estallaban progromos contra los judíos, acusados de pueblo deicida, y en Francia imputaron a Alemania la propagación de la gripe española, igual que hoy se acusan mutuamente chinos y estadounidenses. En Madrid, en julio de 1834, con las tropas carlistas a sus puertas, hubo matanza de frailes, de quienes se sospechaba el brote de cólera morbo. Y ya se sabe que el SIDA fue por furia divina contra los homosexuales y gentes de malvivir.

El cristianismo se ha edificado sobre ese concepto, que impregna su doctrina. "Por mi culpa, por mi culpa, por mi gran culpa", recitaba de niño, golpeándome el pecho. Venimos al mundo ya culpables del pecado original y caminamos por este valle de lágrimas pecando de pensamiento, palabra, obra y omisión. La fórmula deja pocas escapatorias. Solo que otro sea el pecador; "yo confieso", practicado como delación. Mis hijas, más de Sartre que de catequesis sin ellas saberlo, nos transfieren la carga de sus trastadas cuando la bronca se encrespa: "Nosotras no pedimos nacer".

Así que nos urge un culpable para que esta realidad compleja y dolorosa se ordene. Los políticos son obvios. "Detengan a los sospechosos habituales", habría reclamado el capitán Renault. En España hemos añadido a los científicos, encarnados en Fernando Simón. Mejor uno concreto e identificable; el pelele que será manteado en Carnavales. Simón es un milagro: nombrado por Aznar, ha sobrevivido a los cambios de Gobierno como casi nadie en este país cainita, que tiene incrustado aquel turnismo de funcionarios cesantes. Simón se ofrece cada día en sacrificio, demacrado pero sin descomponer el tono didáctico, a una ciudadanía airada que lo culpará de sus consejos incluso cuando los incumpla. Simón es la piedra sobre la que edificaremos la limpieza de nuestras conciencias; por eso igualmente Pedro.

Simón se ha equivocado y duda porque su materia es la ciencia aplicada a la realidad. La ciencia decepciona a los que solo creen en la religión y a los que se la toman como tal, iguales desde su fanatismo inverso. Porque se sostienen sobre verdades absolutas e inmediatas, grabadas en tablas de piedra al dictado de una zarza ardiente, o se las reclaman a la ciencia. Pero la ciencia tiene sus tiempos, sus métodos y más interrogantes que certezas. Alcanza una y otra vez el horizonte para descubrir lo mucho que le queda por explorar al otro lado. Y sus paradigmas están sujetos a la permanente revisión de las evidencias.

En el fondo nos irrita la evocación de nuestra fragilidad. Esta pandemia ya no diezmará la población europea ni se la achacamos a los judíos o los homosexuales, hemos progresado, pero seguimos siendo vulnerables al más grande de los meteoritos y al más diminuto de los virus. Alguien debe tener la culpa. "Tú eres Simón".

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