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Escambullado no abisal

Espanto y ternura

"El mundo se derrumba y nosotros nos enamoramos", le dice Ilsa a Rick, rasgándose porque anticipa la despedida que él aún ignora. Un camión de la Gestapo recorre las calles anunciando la inminente entrada de las tropas alemanas en París, declarada ciudad abierta para evitar su destrucción. "Sí, es un mal momento, la verdad", responde Rick, tan seco y melancólico como solo Humphrey Bogart sabía serlo. Pienso en Isodor e Ida Straus, paseando del brazo por la cubierta del Titanic como los vieron por última vez o aguardando al gélido Atlántico acurrucados en su cama, como los retrató James Cameron. "Las muchas aguas no pueden extinguir el amor, ni los ríos lo anegarán", reza la inscripción, Cantar de los Cantares, de su cenotafio. Es un mal momento para enamorarnos o seguir enamorados. Pero lo hacemos.

Estos son días terribles, de intubados sin visita y muertos sin funeral. La gente se escupe sus odios desde los balcones y las redes sociales. Son tiempos de insomnio, calculando cómo pagar las facturas, y de vigilia, temiendo el diagnóstico propio o de algún ser querido y el correo electrónico que nos anunciará el ERTE. La cuarentena es una fractura de la vida. Pero de alguna manera aprendemos a cohabitar con el pavor. Lo incorporamos a nuestra rutina como a un acúfeno, ese rumor en los oídos que solo notamos cuando nos quedamos callados. En el gueto de Varsovia, delirio de la vesania humana, se organizaron teatros y bandas de música. El alma,que se resiste a sucumbir al horror.

Estos son también días de añorarnos y valorar lo que dábamos por sentado. Al fin nos importa la respuesta al "¿qué tal?" antes protocolario. Hemos podido recuperar aquella lectura que habíamos dejado aparcada y reordenar los cachivaches amontonados. Podemos disfrutar de un silencio real, sin ningún claxon al fondo, y de ese aire limpio que se cuela por las ventanas. Y quedarnos abrazados durante un rato, sin nada mejor que hacer porque nada ha sido nunca realmente mejor, aunque lo hubiésemos olvidado.

Del confinamiento me gusta la película de la noche en familia, las retransmisiones antiguas de Teledeporte, descubrirle a mis hijas baladas de los ochenta y alargar el café de sobremesa junto a mi mujer. Me hacen reír algunas bromas de los grupos de Whatsapp y algún meme de Twitter. Me gusta escribir estos artículos, aunque me salgan contradictorios o ñoños. Cuando pasen los años, recordaré este estado de alarma como cantaba Silvio, entre el espanto y la ternura, con esa extraña culpabilidad que confiesan sufrir los que han sobrevivido.

Estos son días de aplauso y cacerola, de la aritmética de los que mueren y los que se curan, de risa y llanto; días en los que nos enorgullecemos del país, de nosotros mismos, para al segundo siguiente maldecirnos. "¿Ha sido un cañonazo o el corazón que me late?", pregunta Ilsa sobre el estruendo distante. "Es el nuevo cañón 77", responde Rick, en apariencia imperturbable. Por dentro se conmueve, sin saber que su propio corazón está a punto de romperse en el andén de la estación, y piensa, yo lo sé: "Han sido ambos".

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