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tribuna del lector

Ideología

Como sombra forzada del alma, batalla incesante por acomodar el andar humano a la horma que otros crearon, esencialmente como forma de dominio. Logra adhesiones donde ni siquiera fueron requeridas, valedores casi nunca convocados, falanges y hasta ejércitos sometidos al capricho de sus desiguales razones. Horada el pensar y el actuar de las mentes más independientes y preclaras. Como esa riada que se lleva por delante el Delta del Ebro, tampoco encuentra trasvases que mengüen su indomable caudal y deriven con generosidad sus aguas hacia las gentes con sed insatisfecha. Tampoco es de compartir bondades. Por unas u otras causas, la ideología es esa pareja de baile que antes de recibir el sí nos presenta ya en sociedad, y además va a pugnar sin recato por hacerse con nuestros amoríos, con la exigencia de una fidelidad pocas veces correspondida. Difícil resistirse, por abundantes meandros que le hagan frente o gruesos diques que intenten contenerla.

Una gran parte de la sociedad clama indignada que la ideología nos invade. Con su forma diversa, variada, contradictoria y casi siempre sectaria. Pero cabría preguntarse ¿podemos vivir sin ideología? La que fuere. Posiblemente, no. Y no tanto por la necesidad de adscribirnos a una determinada corriente de pensamiento, sino porque la propia decisión no es más que la expresión de nuestro pensar y sentir, y, en consecuencia, de nuestras propias ideas. En definitiva, de nuestra particular ideología. Sea, mucho o poco importante.

La historia de la Humanidad y sus ideas es un relato siempre inconcluso, ávido de encontrar la razón de nuestra existencia, para a continuación ofrecernos a todos su particular tierra prometida, su edén. Pero tal vez con una diferencia esencial respecto a los clásicos de veinte siglos atrás. Y es que, mientras los Platón, Aristóteles o más adelante Kant y otros se afanaban por encontrar la razón del ser y sus accidentes o circunstancias, qué somos, porqué y cómo existimos, qué nos diferencia y qué nos relaciona a los unos con los otros, para así llegar a descubrir cómo podemos ser mejores y hacer una más justa sociedad; desde el siglo XIX en adelante la ideología en el campo de la política deja ya a un lado valores hasta entonces irrenunciables como la moralidad para centrarse en cómo conseguir el poder, el modo de conservarlo y qué hacer para aumentarlo. Incluso manu militari, si fuera menester. Para Maquiavelo y cuantos le siguen, no diría que todos los políticos, pero sí una gran parte, el objetivo prioritario es por tanto el poder y su apropiación, siempre a caballo de esa erótica que, sin saber cómo, todo pretendiente siempre advierte.

Esta España, hidalga, generosa y siempre dispuesta a afrontar los más escabrosos e inexplorados escenarios como la historia nos descubre, parece adentrarse de nuevo en uno de nuestros seculares y enmarañados trampantojos que tanto nos fascinan. Ya decía Francisco I de Francia que solo los españoles nacen ya preparados para la pelea y la lucha. Así, mientras unos amagan desde el Gobierno con desbocar el paso hasta los límites de la sinrazón, para regocijo y satisfacción de sus socios morados, que aplauden, pero a la vez vigilan desde las soñadas torres ministeriales; los otros recelan de que un exceso de bravío o confianza pueda enturbiar una convivencia cabal y generosamente encauzada por la Generación del 78. Aquéllos, mentando una bicha con tantas cabezas como la Hidra de Lerna: pasar de trote a galope en el derbi catalán, la libertad de los padres en la educación de sus hijos, la revisión de la memoria histórica, una ley de la verdad de contenidos, la libertad religiosa, etc. Y los otros, compitiendo primus inter pares en acopiar argumentos y ajustar momentos. Que un resbalón a la diestra resulta siempre más traumático y difícil de restañar que una costalada en la izquierda. Más ducha en la lidia y más dispuesta al argumento.

Tal vez después de celebrados dos comicios y rendidos los correspondientes honores a las tropas empleadas, es de recordar, a los primeros, que los destinatarios de la acción de gobierno son necesariamente todos cuantos integran este país llamado España, no solo la mitad. Y, a los segundos, que las desventuras electorales tienen siempre doble instancia en los siguientes comicios. Y será entonces, no antes, cuando Dios y los ciudadanos premien o demanden el acierto o el desacierto, como en otro tiempo eran advertidos al tomar posesión gobernadores y ministros.

A todos y a cuantos azuzan el paso, recordar que más allá de la ideología están la sociedad, la razón y eso tan importante que llamamos pragmatismo. Que no es más que la justa y certera aplicación de las ideas a la cambiante realidad. Y esa nos visita cada mañana con nuevas exigencias.

Conviene a todos tenerlo presente.

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