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Javier Sánchez de Dios.

Crónica Política

Javier Sánchez de Dios

El estruendo

A la vista de cómo está el patio, pocos podrán negar ya eso de que este país -contagiado quizá por sus clases dirigentes- parece haber perdido el oremus. Hasta el punto de que, sin ir más lejos en Galicia, cualquiera que intente aportar serenidad -o sosiego, como dijo el presidente Feijóo acerca de la polémica del murciano "pin parental"- le sueltan los perros de la guerra dialéctica. Con la particularidad, además, de que sus oponentes lo acusan de simpatizar con Vox, que es todo lo contrario a lo que don Alberto repite día tras día y por lo que los "ultras" le atacan: resulta obvio que es cierto lo de que los extremos se tocan. Al menos aquí.

El estruendo, que curiosamente nace y crece más en los despachos alejados de la calle que entre "la gente", resulta exponente de lo que puede hacer una estrategia diseñada con pocos escrúpulos y muchos resortes mediáticos. Que completa -o "redonda", como dicen algunos, pocos, críticos- la de un Gobierno que necesita apartar el foco de la atención pública de determinados asuntos especialmente delicados. Y que por ello podrían costarle desgaste en cotas de popularidad en sectores desideologizados, pero sensibles a la propaganda anti-Sánchez.

Por eso, probablemente, quien se ocupa del tratamiento que conviene aplicar a determinados aspectos de la realidad -bien desviando la atención, bien centrándola- ha elegido una de las cuestiones en las que la ideología determina todavía posiciones sociales, como son las que se relacionan con la Educación. Y lo hace utilizando a Vox, que había planteado el impulso a la negativa de los padres a que sus hijos reciban "formación política" -izquierdista, por descontado- en clases optativas o en tiempo destinado a otras actividades complementarias.

(La cuestión, por su propia naturaleza, parece tener menos que ver con la Educación en sí misma que con la óptica sobre los derechos de los padres y madres a escoger aspectos concretos del programa escolar. Pero ha servido, convenientemente aliñado por los intereses de ambos bandos en presencia, para que arrecie el ruido del patio político, se distraiga la atención y el personal se desfogue sin pasar a mayores. Así se explica la majadería de una ministra de que "los hijos no son propiedad de los padres" y la idiotez de la réplica que los presenta como si fuesen Kunta Kinte).

Como ha quedado dicho -desde la opinión personal-, el episodio ha de encuadrarse en un escenario donde cualquier crítica al Gobierno se proclama como provocaciones de la ultraderecha, en la que se sitúa al PP junto a Vox, encantado con la situación. Que no solo procede del absoluto dominio de iniciativas del apparat gubernamental, sino de la carencia de liderazgo en el Partido Popular, que se debate entre las dudas sobre qué hacer y cómo llevarlo a cabo. Y menos mal -para el PP- que el presidente gallego Feijóo se ha erigido -con riesgo- en portavoz de la sensatez porque, si no, el espacio moderado sería un desierto.

¿O no...?

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