Hay un actor de reparto formidable en la serie televisiva "Barry", divertidos episodios que cuentan la historia del sicario de ese nombre con vocación tardía de actor. Se trata de Cousineau, su profesor de artes escénicas. Vehemente, sarcástico, pero a la vez de un sosiego cansado, propio del que está de vuelta de todo. Aventurando las causas de una actuación muy intensa de Barry, se pone paternal y le aconseja: "¿Estás drogado, Barry? Porque dejar las drogas es importante para la carrera de un actor. Te voy a contar una historia ilustrativa. Estaba haciendo 'Larga jornada hacia la noche' [drama teatral de Eugene O'Neill] con unos cocainómanos. Duraba tres horas. La hacíamos en menos de 37 minutos. Nos creíamos geniales. No se entendía nada. Fue el principio de la mala época, Barry". Me reí a carcajadas.
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Transida de emoción -mayúsculas, emoticones, "gifs"- cuenta en Facebook cierta escritora que ha coincidido sentada en un viaje junto a un premio "novel", con la uve a tope. Incluso tal autor le rozó el hombro al descabezar un sueñecito. Enseguida corrigió su "post": "Nobel". La honra. Todos metemos la pata. Pocos corrigen.
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(¡Atención, espoiler, separen a los menores de este artículo ahora mismo!)
¿Exageramos por sistema? ¿Hemos perdido la proporción? Estoy esperando a que se ponga verde el semáforo de los peatones para cruzar al Paseo marítimo. En el otro lado de la acera, hay un angosto carril bici. Sopla una suave brisa (pleonasmo) del nordeste y un cielo que apunta a azul. Es temprano. Promete el día. Sonrisa. Una ciudadana abducida por su móvil, ajena al mundo por lo tanto, cruza en rojo. Acciona con la mano derecha mientras mantiene la conversación. Invade el carril bici sin percartarse de que un ciclista circula por él a pleno derecho. El ciclista la esquiva para evitar un accidente. Y en un instante, volviendo la cara mientras se aleja, le adjudica a la madre de la mujer y a ella misma una profesión de comercio carnal en grado superlativo; la repite; promete defecaciones grupales; usa la forma sagrada católica como vocativo; le pregunta por su cordura y la tilda de mamífero cánido. La interpelada sigue a su móvil. ¿Exageramos iracundos por sistema? ¿Hemos perdido la proporción?
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A veces me siento médico. Paseo con "Brel" muy temprano una otoñal mañana, y me detiene un amigo:
-Hombre, a ti quería yo verte para preguntarte una cosa, tú que sabes de eso: ¿es malo leer varios libros a la vez?
-¿Cómo a la vez? -le respondo- ¿Mezclas las páginas de unos y otros y lees el conjunto resultante?
-No, hombre. Es que me gusta mucho la historia medieval, pero también Paulo Coelho y Revilla. Y algo de poesía también.
-¿Cuántas horas lees al día?
-Pocas. Unos veinte minutos.
-¿Seguidos o discontinuos?
-Depende... Hay veces en que me enrollo y leo unos tres cuartos de hora.
-Bueno, entonces vamos a hacer lo siguiente. Me lees diez minutos de Revilla y otros diez de Coelho los lunes, miércoles y viernes. El domingo descansas. El resto de la semana, diez de historia y diez de poesía. ¿Que sigues con mono de leer un día? Te aconsejo el "Marca", que viene muy bien.
-Pues te lo agradezco, chico.
Me da dos palmadas y continúa su andar. Emprendo con "Brel" la dirección contraria. A veces me siento médico. Receto dosis de lectura. Nunca hablo de efectos secundarios.
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El actor José Sacristán ya tiene la edad de decir lo que se le ponga. Responde así a la gran Luz Sánchez-Mellado, el pasado mes: "Vamos a morir todos, además rodeados de hijos de puta, ladrones y necios. Entonces, sabiendo que la guerra está perdida, salgo cada día a librar la batalla del respeto, la dignidad y la justicia con dos cojones y toda la alegría del mundo. Esa idea de andar por la vida no me la va a quitar nadie". Qué hermosísimo proyecto vital. Para practicarlo siempre.
