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Europa, Europa

El fantasma de los viejos populismos amenaza la aspiración de un continente sin fronteras

El pasado 8 de octubre, en su comparecencia ante la comisión de exteriores del Parlamento Europeo, el español Josep Borrell, futuro Alto Representante de Política Exterior y de Seguridad de la Unión Europea, proclamó su frontal rechazo a la existencia de fronteras en Europa, y parafraseando al político francés y padre de la integración europea, Robert Schuman, señaló que: "Las fronteras son cicatrices que deja la Historia en la superficie de la Tierra".

En su magnífica autobiografía "Años interesantes", el historiador marxista británico Eric Hobsbawn nos describe su infancia de niño judío de clase media, hijo de británico y austriaca, en la Viena de entreguerras. Cuenta Hobsbawn que, en los años veinte de la pasada centuria, uno podía tomar el tranvía en el centro de Viena y plantarse, cruzando tranquilamente el río Danubio, en las calles de la vieja ciudad de Pressburg (la actual Bratislava, capital de la República de Eslovaquia), sesenta kilómetros al este; del mismo modo la población de Brno, capital de la región de Moravia, en la actual Chequia, podía montarse en el llamado "Tren de la Ópera" y en apenas dos horas de viaje, estar sentado en su butaca de la "Wiener Staatsoper".

La Viena de la infancia de Hobsbawn era una ciudad de dos millones de habitantes, gobernada por los socialdemócratas (Das Rote Wien) y en la que convivían, en total armonía, judíos, austriacos, checos, húngaros, eslovacos y el resto de una población llegada de los más recónditos rincones del extinguido imperio de los Habsburgo, mostrando así lo artificiosas que pueden llegar a ser las fronteras.

Hoy en día, tras un prolongado y negro paréntesis de más de cincuenta años de nazismo y comunismo, el sueño de la Unión Europea intenta resucitar esa bella utopía de una Europa sin fronteras que vaya desde las llanuras de Galitzia y Bucovina hasta la Península Ibérica, y desde el mar Báltico hasta el Mediterráneo. Y, sin embargo, en ese largo y sinuoso camino que conforma la historia común europea vuelven a resonar, en el corazón de nuestra Europa, los ecos de aquellos populismos y nacionalismos que en los años treinta del pasado siglo acabaron con las jóvenes y frágiles democracias europeas surgidas tras la Gran Guerra y arrastraron al viejo continente y al resto del mundo al mayor conflicto bélico jamás conocido. Y la pregunta que miles de europeos nos hacemos es: ¿cómo combatir ese fantasma europeísta del Brexit y de personajes como Salvini, Orban o Le Pen, que recorre nuevamente Europa? Ciertamente no existen recetas mágicas contra semejante virus; pero estoy seguro de que la respuesta que nos daría un "observador partícipe" y testigo veraz de los dramáticos acontecimientos de aquella época, caso del propio Hobsbawn, es que antes de lanzarnos a descalificar, sin más, el discurso racista, xenófobo y ultranacionalista de todos estos Savonarolas de nuevo cuño, quizá deberíamos estudiar las verdaderas causas sociales y económicas del problema. En este sentido, lo primero a tener en cuenta es que, como ya vimos, el nacionalismo no es un fenómeno extraño a Europa. Todos sabemos que la historia no es un camino recto y despejado que nos conduce, en una única dirección, hacia un horizonte de continuo progreso de la humanidad; si eso fuera así, sería impensable que solo ochenta años atrás, existiera algo llamado Auschwitz; o que un joven veinteañero, como era yo por aquel entonces, pudiera ver en su televisor las imágenes de unos chetniks serbios masacrando a la población civil bosnio musulmana en la ciudad de Srebrenica, hace apenas veinticinco años.

Debemos, pues, acabar con el populismo, combatiendo la desafección democrática y atendiendo las demandas sociales de una población que ve como, a su alrededor, se desmorona un Estado del Bienestar que servía de "red de seguridad" a las clases más desfavorecidas y que constituía el verdadero "hecho diferencial" de la Europa surgida tras la Segunda Guerra Mundial frente a otros modelos de sociedad imperantes al otro lado del Atlántico. Así pues, los fantasmas del fanatismo, el populismo y el nacionalismo están de vuelta, pero, 75 años después, Europa debería estar preparada para hacerles frente.

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