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Ceferino de Blas.

Castañas de la suerte

Cuando asoma septiembre comienzan a caer los frutos de los castaños de la Alameda, y los vigueses, siguiendo una antigua costumbre, se paran a recogerlas. Aunque no son comestibles.

Las hay de un tamaño respetable, que son las más buscadas, pero las pequeñas suelen encontrarse hasta que entra el otoño.

Son suaves y brillantes, y cuando aún están verdes asemejan un adorno de tribu primitiva.

Son más tersas y luminosas que las comestibles, que pronto estarán en los comercios, anunciando el invierno.

Son las castañas de la buena suerte.

La tradición dice que hay que observar el rito para que ejerzan efectos saludables: se debe recibir la castaña o castañas de manos de otra persona. No transmite el mismo poder cuando uno mismo se queda con un ejemplar, por magnífico que sea, que cuando lo recibe de otro.

La hermenéutica de la costumbre tampoco aclara si la persona que lo entrega, si es amiga o familiar, surte más efecto que si se recibe de otra con la que no se comparte una relación de intimidad o afecto.

Ni qué puede ocurrir si esa castaña procede de un enemigo o persona indiferente. Ni si acaba surtiendo efectos negativos o contraproducentes.

La tradición sólo se condensa en el hecho de recibir las castañas y la positividad que encierran.

Por eso, en estos tiempos, cuando se camina por la Alameda, muchos vigueses están tan atentos a la caída del fruto de los castaños o a si aparece, brillando en el suelo, un ejemplar que llevarse al bolsillo.

Son los castaños de indias ( aesculus hippocastanum), que según el catálogo de especies vegetales de la Alameda fueron plantados en 1941, en la parte central. De lo que cabe deducir que si no se importó la tradición o procede de anteriores plantaciones de la ciudad, aún no es octogenaria. Pero ha arraigado con fuerza.

Conviene recordar que la primera plantación de la primitiva Alameda hay que situarla en 1828, tras haberlo acordado el Ayuntamiento para coadyuvar al saneamiento de la zona.

Siguió una nueva plantación, en 1882, a raíz de la permuta de terrenos del ensanche.

Así consta entre los documentos que exhumó Martín Curty para escribir la "Historia de la Alameda (Vigo, 1828-1978)", obra definitiva sobre el parque central de la ciudad. O como la denominaba Jaime Garrido, "sala de estar" urbana. Definición que cuadra mejor con la nostalgia de los puristas de la vieja Alameda con cerca o setos que la actualmente abierta.

Volvamos a la tradición. Reprochaba una persona a otra, que le había regalado unas castañas para mejorar la suerte y había sufrido un accidente, que lo de las castañas era un cuento chino. Y escuchó la severa respuesta del donante, muy indignado ante la ingratitud: "Si no fuera por las castañas, ahora estarías en el hospital".

La costumbre del regalo de las castañas no es superchería, como clamarían los rígidos moralistas de antaño, sino un gesto de confianza en las fuerzas de la naturaleza, que como las meigas, haberlas, haylas, por más que el mundo de la ciencia niegue todo aquello que no sea constatable y pragmático.

Para quienes practican la costumbre de recoger, regalar y recibir las castañas de la Alameda cada final de verano, llevar unos ejemplares en el bolso o guardarlos en casa supone una salvaguardia. Protege contra la adversidad y garantiza que lo que vaya a ocurrir siempre mejorará lo que habría sucedido si no renovase cada año el surtido de frutos de la suerte.

Las nuevas generaciones también empiezan a engancharse a la costumbre, pues no es raro ver a adolescentes recoger hermosas castañas, limpiarlas y guardarlas, sin duda con la intención de regalarlas. Es la demostración de que la tradición ha calado y se transmite de padres a hijos.

Forma parte de las creencias populares viguesas. Una derivación de la Galicia mágica, aunque sin la enjundia de los mitos consagrados de lo insólito. Es más de andar por casa.

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