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Personas, casos y cosas de ayer y de hoy

Patobiografía de Felipe II. Edad escolar

Sintetizaremos hoy la patobiografía de Felipe II entre los años 1534 y 1539, periodo que abarca la denominada edad escolar, desde los 6-7 años a los 12 años de edad. Con este suelto damos continuidad a dos precedentes ( Faro de Vigo, 04.08.2019 y 16.08.2019), que recogían su genealogía, nacimiento, primera y segunda infancia. Es justo que refresque dos puntualizaciones. Una, que he tomado como fuente fundamental de estos artículos la memoria de grado de mi hija María Martinón Torres: Patobiografía de Felipe II en su infancia y adolescencia (USC, 1998) y que la totalidad de la bibliografía y documentos consultados provienen de nuestra biblioteca. Dos, que este texto es un somero y sencillo resumen del trabajo, de carácter divulgativo, si bien a la luz de los conocimientos actuales.

En julio de 1534, el Emperador, Carlos I montó casa aparte para su hijo (ver Vander Hammen: Don Filipi el Prudente, 1625) y ordenó iniciar su formación adecuada. Para ello, influenciado por la Emperatriz, que quería fuese impartida por un español, designó como preceptor al teólogo Juan Martínez Silíceo, hombre piadoso e instruido, pero con ilustración limitada. Él "le enseñó a amar y temer a Dios, leer, escribir, la aritmética, y la lengua latina, la italiana y francesa por intérpretes" (ver Cabrera de Córdoba: Felipe II, 1876). Sin embargo, no le instruyó en inglés, alemán y demás lenguas de sus estados. El Príncipe demostró sentimiento del deber, tenacidad, docilidad, aplicación, gran amor a la exactitud y buen genio artístico. Asimismo, consta que hablaba con mucha corrección y reflexión, si bien con predilección por la palabra escrita (ver Bratli: Felipe II, 1927). Como segundo profesor, en calidad de mayordomo mayor, fue nombrado el noble Juan de Zúñiga, hombre de inteligencia superior, gran cultura, austero y muy religioso, al que se le encomendó "para que le instruyese en buenas y loables costumbres". Con este fin inició al Príncipe en el manejo de las armas, la caza y otras prácticas de caballero, así como en la vida de palacio, al tiempo que le enseñó a conocerse a sí mismo y a sus fuerzas físicas, convirtiéndole en un joven sano, cortés y consciente de sí mismo. Zúñiga y su esposa, Estefanía de Requeséns fueron toda su vida uno verdaderos segundos padres del Príncipe. Completaron a estos maestros, el matemático Honorato Juan, el filósofo renacentista, traductor y cronista Juan Ginés de Sepúlveda -que fue quien le imbuyó los conocimientos de la arquitectura y de las bellas artes-, el preceptor de pajes Bernabé de Busto y el clérigo Arteaga y Cristobal de Estrella. Como sus pajes figuraban hijos de la alta nobleza, entre los que estaban el hijo de Zúñiga, Luis, el portugués Ruy Gómez de Silva -su más cercano amigo- y Avellaneda, hijo del Marqués de Aguilar.

En agosto de 1534, el corsario Barbarroja se apoderó de Túnez, lo que obligó al Emperador a convocar Cortes en Madrid, con el fin de allegar recursos, y desplazarse a Barcelona y luego al mismo Túnez. El día 24 de junio de 1535, la Emperatriz, Isabel de Portugal, dio a luz a una nueva hija, Juana. Fue un parto difícil, con graves riesgos para la madre (ver Carta de embajador Martín Salinas, 1535). La Princesa fue bautizada por el arzobispo de Toledo, el 30 del mismo mes, siendo su padrino el propio Felipe. Cuando la Emperatriz aún se reponía del alumbramiento, le llegó la noticia del brillante triunfo del Emperador sobre los turcos y su entrada en Túnez.

El 27 de junio de 1535 el Príncipe sufrió una infección intestinal con fiebre y diarrea (ver Carta de Requessens a Condesa de Palamós, jun. 1535), de la que se repuso sin problemas. Sin embargo, a partir de ese momento tendría siempre propensión a desarreglos intestinales, relacionados con excitaciones y disgustos, tal como relata Camile Guidi de Volterra, secretario del Duque de Toscana, que escribía: "...cuando recibe noticias aflictivas, él se encuentra mal en seguida y está atacado de diarreas..." (ver a Baschet: La diplomatie Vénitienne, 1862). Esta sintomatología parece corresponderse con lo que hoy denominamos colon irritable. En este momento un historiador ( Walsh: Felipe II, 1943) lo describe como inteligente, prudente y aplicado, con un entendimiento naturalmente serio y meditabundo, influenciado por la gravedad de sus educadores eclesiásticos.

En septiembre de 1535, Felipe sufre su primera enfermedad importante, durante dos meses, lo que le obliga a interrumpir los estudios. El niño tenía fiebre persistente, pérdida de apetito, diarrea y adelgazamiento. Le asistían sus médicos, Villalobos, Escoriaza e Irure, a los que se sumaron Adán y Vilvao, sin que llegaran a esclarecer el diagnóstico, aunque sí le indicaron sangrías y purga de maná, continuando la fiebre con alguna remisión. Catorce días más tarde la fiebre desapareció y mejoró el apetito (ver Carta de Requessens a Condesa de Palamós, sep. 1535). El 5 de octubre recayó de nuevo con fiebre (ver Carta de Requessens a Condesa de Palamós, oct. 1535). El Cardenal Juan de Tavera calificó la enfermedad de "tercianas", posiblemente por su recurrencia. No obstante, dadas sus características, este diagnóstico debe ponerse en duda; lo más probable es que la enfermedad correspondiese a un proceso intestinal infeccioso, posiblemente una salmonelosis, por su frecuencia en esta edad y las pésimas condiciones higiénicas y sanitarias de esa época. El 13 de octubre de 1535, en una nueva carta, Requeséns afirmaba que el príncipe está completamente repuesto: "?el Príncipe hace dos días que no tiene fiebre y está muy alegre. Cosa que no hacía antes de haber recaído?" Asimismo el 8 de noviembre puede reanudar los estudios -según Silíceo- e incluso le escribe al Emperador. En diciembre, Felipe resultó herido en una mejilla, a causa de un golpe recibido al tratar de separar dos pajes en una riña, donde echaron mano a las dagas. La herida no tuvo importancia ni complicaciones: "No hizo sino un rasguño" (ver Carta de Requessens a Condesa de Palamós, dic. 1535). A finales de año, el Príncipe tiene una calentura violenta, con ampollas en la boca, lo que causa gran preocupación, creyendo eran bubas, pero que ceden en una noche, por lo que parece fue una estomatitis de carácter banal.

Mientras tanto, al comienzo de 1536, el Emperador desde Túnez regresa a Sicilia y es recibido triunfalmente en Nápoles. Durante los tres primeros meses de 1536 la familia real no tiene alteraciones de salud, pero el 27 de abril el príncipe enferma de nuevo. Se inicia con fiebre, a la que se le añaden somnolencia, dolor de cabeza, manchas y vesículas de varicela. A ello se refiere Juan de Zúñiga: "... que los físicos no determinaron y en caso de que lo fuesen para todos les pareció que sería bien sajalle...", lo que hicieron sus médicos habituales previa consulta con los doctores Adán y Vilvao, que afirmaban hizo declinar la calentura (ver Carta de Zúñiga a Condesa de Palamós, abril 1536). Y añade "... las viruelas que el Príncipe tuvo; que hasta que no lo supimos que eran tuvimos un rato malo... Su Alteza queda muy bueno y a ninguna de sus hermanas se le pegaron...". Estos datos sugieren dos comentarios: uno, lo innecesario y precipitado de la sangría, llevados posiblemente por el rango del paciente, y otro, lo inusual de que no padeciesen las infantas la enfermedad, pese a su extrema contagiosidad.

En mayo de 1536 se traslada la corte a Valladolid para esperar al Emperador. Felipe, repuesto, cabalga junto a la Corte hacia esta ciudad. En Valladolid, la salud del Príncipe es buena, excepto una calentura pasajera de la que se cura sin participación médica. En Italia, Carlos I, al frente de sus tropas, ocupa el Milanesado e invade Francia por el sur. No obstante, como la guerra se prolongaba y las enfermedades causaban estragos en el ejército, se acuerda una tregua. El 5 de diciembre de 1536 desembarcó el Emperador en Palamós y emprendió viaje a Valladolid. Con este motivo, la Corte se trasladó a Tordesillas, al palacio de la reina Juana I "la Loca", para pasar una temporada toda la familia. Mientras tanto, se acondicionan locales para la Corte en Valladolid, a donde regresaron el día 28 de diciembre. Ya en el año 1537, el Príncipe continuaba sus estudios con normalidad. La salud del príncipe es buena, según escribe Zúñiga (ver Carta de Zúñiga a Condesa de Palamós, abril 1537): "El Príncipe No. Sr. está muy bueno, y después que yo estoy en su servicio nunca estuvo tanto tiempo sano; desde que nació Juanico, nunca a tenido calentura ni mal ninguno". La emperatriz permanece siempre junto a Felipe y le da su formación religiosa, al tiempo que influye poderosamente en su psicología, enseñándole a sobreponerse a las inclinaciones mundanas y a no traslucir sus emociones y afectos, bajo la apariencia de frialdad y reserva, de modo que se manifiesta cada vez más como un niño reflexivo, frío y grave.

La Emperatriz acusa signos de enfermedad en esta época y ya no puede dedicarse en sus ratos de ocio a bordar, porque sus finos dedos se ensanchan. Es probable que fuese expresión de un reumatismo crónico deformante. Este mismo año se celebran las Cortes de Castilla en Valladolid, y de la Corona de Aragón en Monzón. Para ello, en agosto de 1537, el Emperador viaja a Barcelona. Durante el verano de 1537 Felipe vuelve a tener trastornos gastrointestinales de curso febril. El día 20 de octubre la Emperatriz da a luz un niño, Juan. El mismo mes de octubre y a comienzos de 1538 Felipe padece accesos febriles (ver Carta de Zúñiga a Condesa de Palamós, octubre de 1537), que parecen corresponder a paludismo, dadas sus características recurrencias y su elevada frecuencia. El nuevo hermano de Felipe fallece a los cinco meses de edad.

Desde Barcelona el Emperador viaja hasta Niza, en mayo de 1538. Allí, por mediación del Papa Paulo III, se prolonga la tregua entre Carlos I y Francisco I de Francia. Después, en agosto de 1538, vuelve a Valladolid. En marzo de 1539 la Emperatriz sigue enferma y su mal estado se complica con un nuevo embarazo. Estefanía de Requeséns escribe: "... S. M. está con indisposición bien flaca y desganada; están todos con gran temor...". El 1 de mayo de 1539 muere en Toledo, a los 36 años de edad, después de haber dado a luz un niño, el 20 de abril de 1539, "sin tiempo y semimuerto" (la totalidad de las cartas citadas y otras en March: Niñez y juventud de Felipe II. Madrid, 1941).

En resumen podemos concluir que la salud física de Felipe II durante su infancia fue buena, limitándose a padecer enfermedades infecciosas, muy frecuentes en su época y entorno, de las que se repuso con facilidad y sin complicaciones. Psicológicamente se mostró inteligente, reflexivo, obediente, dócil, aplicado, tenaz y muy activo, al tiempo que frío, serio y reservado, de acuerdo con la formación y educación dada por su madre y maestros.

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