Un amigo, que siempre se ha aplicado (con desigual fortuna) a lo que antes se llamaba la conquista, pero a la vez alardea de feminista comprometido con el movimiento MeToo, se empeña en aclarar la diferencia entre seducción y acoso (de la que ya se ha dicho aquí algo en otra ocasión). El seductor, según él, nunca se prevale de la superioridad o la posición dominante, pues ello dañaría su propia autoestima. La seducción, me explica, es un ejercicio en que el seductor (o la seductora, aclara rápidamente) despliega su cola como el pavo real, exhibiendo un plumaje hecho de encanto, estilo, inteligencia, gracia, sex appeal y cierta "labia", como un vendedor de su propio producto. En cambio en el acoso el alarde es de prepotencia y superioridad de posición. Está bien, le digo, pero por prudencia mejor te guardas: no están los tiempos que corren para disquisiciones sutiles sobre el asunto.