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Un año de perros

Pues si. Ya ha pasado un año desde que una decisión municipal ubicó la playa canina, originalmente prevista en Toraya, en A Calzoa, lindando con la desembocadura del Lagares.

Y a partir de ahí se inició el espectáculo: Manifestaciones de los vecinos afectados, protestas con cortes de tráfico, broncas entre propietarios de perros y propietarios de viviendas, quejas de los usuarios en general?

No pretendo aquí argumentar sobre lo acertado o lo erróneo de la decisión municipal que generó este conflicto. El tema está ya judicializado y quizás algún día se conozca la verdad jurídica sobre aquella decisión causante de tantos problemas.

Lo que considero obvio es que las protestas ecologistas tienen un fundamento indudable: ¿Es que no había un lugar mejor que éste que no afectase a la rica fauna asentada en las marismas del Lagares?

Porque de lo que doy fe es que, desde que los perros se han adueñado del lugar, las aves de todo tipo que poblaban la zona han desaparecido como por ensalmo. Ya han pasado a la Historia los planeos y picados de los charranes, todo un espectáculo para amantes de la naturaleza.

Pero lo ahora realmente apremiante es resolver un tema de extrema gravedad.

Tras la decisión municipal, el abandono en la gestión de la playa canina es total. Ninguna autoridad controla el acceso de los perros, ni las razas peligrosas, ni los chips, ni siquiera si está garantizada la mínima salubridad sanitaria.

Los perros, fuera de control, se salen del área específica de la playa, cruzan el río e invaden constantemente la margen no canina.

Los letreros de uno de los accesos a la playa han desaparecido, tal vez porque los responsables se han dado cuenta de que invadían una zona privada afectada por servidumbre de salvamento de costas.

Del tema de la situación sanitaria derivada de las ubicuas heces y orines de los perros mejor no hablar, pues diversas organizaciones, además de los vecinos, ya denuncian constantemente la dejadez de los propietarios y la inexistencia del mínimo control municipal. Y se requieren los análisis de los laboratorios.

El caos, el abandono, la suciedad y la insalubridad se han adueñado, un año después de su inicio, de la playa canina de A Calzoa. Y no es cuestión ahora de rectificar o no el presumiblemente grave error de la ubicación (en plena zona de riqueza ecológica y con viviendas inmediatas) es cuestión de detener el castigo, que por pura desidia, se está infligiendo no sólo a los vecinos afectados, sino a todo el sistema natural de la desembocadura del Lagares.

Y a todo esto, me sigo preguntando el por qué del súbito cambio de Toralla a La Calzoa? ¿Qué razón nunca explicada movió a nuestros munícipes a efectuar sobre la marcha tan drástico cambio?

Pero no dudemos. Tendrán razones de alto nivel que se nos escapan a las limitadas entendederas de los vigueses de a pie.

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