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Joaquín Rábago.

360 grados

Joaquín Rábago

Negociar de mala fe

Cuando se negocia de mala fe, no debería extrañarnos que todo termine en un estrepitoso fracaso, como acaba de ocurrir con las supuestas negociaciones entre el PSOE de Pedro Sánchez y Unidas/Podemos de Pablo Iglesias.

Una cosa es negociar, defender con argumentos las posiciones propias, tratar de entender siempre las del contrario y buscar así un acercamiento, y otra, muy distinta, fingir que se negocia para terminar acusando luego el otro de intransigencia y, por ende, del fracaso.

Desde lo alto de la columna a la que se subió un día, montado -conviene recordarlo-- sobre los hombros del líder de Podemos, Sánchez quiso imponer desde el primer momento sus condiciones al que parecía su natural aliado.

Y pensó seguramente que la prensa más influyente a nivel nacional, visceralmente hostil a Unidas/Podemos, por considerarlo un partido "antisistema", iba a creer más su versión que la de su rival si no había acuerdo.

La versión que la vicepresidenta del PSOE, Carmen Calvo, ofreció a los medios era que, en su ambición desmedida de poder, Podemos quería controlar prácticamente todo el presupuesto y formar un gobierno paralelo. En definitiva, que España no estaría segura con esa otra izquierda compartiendo con los socialistas el Gobierno.

Pero esta vez los medios no se tragaron su interesada versión de lo ocurrido entre bastidores y decidió en sus comentarios repartir las responsabilidades entre los líderes de ambos partidos: Sánchez había pecado de soberbia e Iglesias, una vez más de sentido de la realidad.

De lo que no puede caber ninguna duda es que ninguno de los dos partidos actuó con la obligada transparencia, y las continuas filtraciones torticeras solo contribuyeron a dificultar el entendimiento.

Está claro que al viejo PSOE, acostumbrado a mandar solo cuando le ha tocado a la izquierda, se le ha atragantado el fin del bipartidismo. Y no se muestra precisamente dispuesto a compartir gobierno con quienes supone solo tentados de sacarle sus vergüenzas.

Los dirigentes de ese partido, sobre todo sus llamados "barones" socialistas, hubieran sin duda preferido como socio minoritario de gobierno a Ciudadanos si no fuera el rechazo de su líder, Albert Rivera, enloquecido hasta la histeria con los nacionalismos.

Y resulta totalmente inverosímil que, en lo que queda hasta la próxima sesión de investidura, un dirigente que se ha dedicado solo acusar de traición a España y llamar "banda" al PSOE de Sánchez vaya a dar un giro inesperado en su estrategia para acercarse en el último momento al PSOE.

El sedicente liberal solo aspira a superar por la derecha al PP de Pablo Casado para ver cumplida su ambición de liderar la oposición, sin hacer demasiados remilgos, si es preciso, a la ultraderecha de Vox aunque, eso sí, procurando al mismo tiempo no quemarse.

Si algo destacaría uno de la fallida sesión de investidura es que, por esta vez, la periferia dio una auténtica lección de cordura política al centralismo, y ello por boca de Aitor Esteban, del Partido Nacionalista Vasco e inesperadamente por la de Gabriel Rufián, de Esquerra Republicana.

El catalán, afeándoles a Sánchez e Iglesias su intransigencia, de la que "nos arrepentiremos todos", e instando al segundo a entrar en el Gobierno incluso en las condiciones leoninas ofrecidas por el PSOE porque , de otro modo, lo único que vería la gente sería una nueva derrota de la izquierda.

Y el vasco, aconsejando a su vez paciencia al líder de Podemos al explicarle que "el cielo se conquista nube a nube", y recordándole, desde sus postulados ciertamente conservadores, que las políticas que aquel defiende "chocan con una mayoría de la cámara".

Henchida de soberbia, la vicepresidenta del Gobierno, Carmen Calvo, se apresuró, tras el fracaso de la segunda sesión de investidura, a descartar que el PSOE fuese a volver a negociar un gobierno de coalición con Podemos. Está visto que en este país no aprendemos nunca nada.

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