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La plaza de San Marcial

La plaza de San Marcial es otra herida por la que Ourense se desangra. Para aquilatar la magnitud de su desolación, lo pertinente es ascender desde la rúa do Perigo, porque si uno se aproxima a la plaza desde Pena Vixía o desde la rúa da Liberdade, podría creer que San Marcial es un lugar casi paradisíaco, erigido para que los vecinos se reúnan en él y en la calidez del luscofusco se cuenten asuntos domésticos, anécdotas que decoran el pasado, incumplidos proyectos de futuro y otras circunstancias que forman la ciudad que no es un ámbito de límites geográficos sino el resultado de las conversaciones que entretejen el devenir de Ourense.

La plaza de San Marcial es la antigua Fuente de los Cueros (¿acaso no es más sonoro llamarla Fonte dos Coiros?) y dice Vicente Risco que ello era debido a que en el pilón de la fuente remojaban las pieles de los curtidores cuando en nuestra ciudad florecía la industria. Añade Risco: "? oliese muy mal, lo cual no impedía que muchos hidalgos, algunos incluso con título, tuviesen por aquí sus casas blasonadas. No afectaban entonces la delicadeza ni hacían los remilgos que hoy hacen muchos sin pergaminos", lo que no deja de ser una conjunción de frases entre desdeñosa y falsa. Pero es palabra de Vicente Risco y conviene hacerle caso. Si uno accede a la plaza por Pena Vixía pudiera tener la tentación de creer que es un enclave casi poético, como al margen del diseño de la ciudad, y desde la calle Libertad uno atisba el edificio de la editorial Linteo, tan perfectamente reconstituido, que pudiera pensar que el mundo está en orden y congruentemente establecido o diseñado. Y no es así. Las dos rampas divergentes (en una de las cuales se homenajea al brillante poeta e insigne humanista José García Mosquera), en manos, pongamos, de Vincente Minelli, podrían ser los dos escenarios por los que descendiesen Ginger Rogers y Fred Astaire para encontrarse en el ámbito de la plaza y construir una coreografía romántica y edulcorada.

Hoy no existe la fuente en la que se remojaban los cueros, los árboles están heridos por enfermedades que obligan a talarlos y la plaza no es, como indiqué el principio, sino una llaga, otra más, en una ciudad vendida. Ourense se desangra por múltiples enclaves y algún día será fácil detectar en el cadáver qué heridas le causaron la muerte y quienes perpetraron la atrocidad.

En ciertos lugares, así como figuran en algunos monumentos quienes eran el alcalde y el presidente de la Xunta cuando se erigieron, convendría adherir una placa en la que se reflejase el autor de la tropelía, desde al munícipe de turno hasta el arquitecto y el concejal de urbanismo que dio el visto bueno a la barbarie.

En ocasiones, a la plaza llega el olor nostálgico de las empanadas en la panadería San Marcial: perviviremos más en la gastronomía que en la arquitectura, sospecho. El alma de Galicia no está en la (presunta) tumba del apóstol Santiago en la catedral de Compostela sino en el marisco da Costa da Morte, en el pulpo de O Carballiño y en el Ribeiro. Lo demás (y ya no es poco) es literatura.

Uno a veces recorre la plaza, la atraviesa para ir a algún lugar determinado y nada reclama la presencia del viandante en San Marcial; así como hay otros enclaves que exigen detenimiento, observación, pausa y una mirada complaciente, en esta plaza en la que nadie se sienta en los bancos como si el lugar estuviese maldito y palomas nostálgicas que sobrevivieron a la muerte se acercan para beber en el pilón de una fuente que ya no existe, no hay un aroma, una nostalgia, un paisaje que nos exija permanecer en ella y seguimos rumbo hacia Libertad o Peligro o Colón como si nos persiguiera algo que pudiese dañarnos de permanecer en la plaza de San Marcial, ese rincón de Ourense que parece el lugar perfecto para sentarse en un banco una aburrida tarde de domingo y darles de comer a las palomas.

Algunas noches, presiento, don José García Mosquera, insigne humanista y brillante poeta o al revés, se pasea por la plaza de San Marcial, menea la cabeza al leer la placa que lo inmortaliza acaso contra su voluntad y rememora los tiempos en los que estando vivo, aquel lugar servía de encuentro y reposo a quienes ya no están entre nosotros y a los que deseaba buenos días escuchando el rumor del agua en la fuente. Quizá no seamos sino lo que la vida nos va robando, poco a poco, día tras día, hasta convertirnos en una placa, en un epitafio y en un olvido. En nada, en definitiva.

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