Cierto es que dentro de los plazos establecidos todavía hay tiempo de sobra para formar el gobierno, pero la última ronda organizada con tal propósito por Pedro Sánchez ha encendido todas las alarmas. Es pronto para considerar definitivamente fracasado el intento. Sin embargo, el pesimismo se ha adueñado del panorama político. Hoy impera en la esfera política una rara unanimidad a la hora de evaluar la posibilidad de repetir elecciones. Apenas hay alguien que tenga por segura su celebración, pero nadie se atreve a descartarla. De las palabras y los gestos de los dirigentes políticos se deduce que los partidos están encontrando obstáculos previos a cualquier negociación que no consiguen superar.

Todas las opciones disponibles, un gobierno del PSOE en solitario o en coalición con Podemos o con Ciudadanos, descartada la gran coalición, en esta ocasión por innecesaria, chocan con las estrategias que siguen en pos de sus objetivos los partidos cuya colaboración es imprescindible. Los votantes tienen cada vez menos reparos en saltar de unas siglas a otras y esta volatilidad provoca nerviosismo en los partidos, que se debaten entre el temor a perder apoyos y el deseo de atrapar a nuevos electores, aunque sea sólo de forma transitoria. En vez de afrontar una lucha política en campo abierto, los partidos se dejan caer en actitudes maximalistas y rígidas.

El colmo de cuanto trato de decir es Ciudadanos. El liderazgo mal entendido que ejerce Albert Rivera, con su prurito de pureza política, está despojando a su partido del espíritu que un día le puso en dirección a la Moncloa. Rechaza una entrevista con Pedro Sánchez, no habla con Vox, ignora a Podemos y se muestra hostil con el PP, incluso cuando pacta con él. De generalizarse esta actitud, la democracia no sería posible. En su corta vida, Ciudadanos sólo ha conocido éxitos electorales con dos notables excepciones: el revés sufrido en las generales de 2016 y el retroceso experimentado en los comicios recién celebrados en Cataluña. Pero en las encuestas hay datos que advierten del distanciamiento de un nutrido segmento de sus votantes, partidarios de practicar una política sin exclusiones, más dialogante y pragmática, que se inclinan por votar al PSOE. Otro porcentaje significativo de votos abandonaría Ciudadanos con destino al PP.

En la situación actual, Podemos y Vox son los partidos que perderían mayor cantidad de votos en una repetición electoral. El PSOE y el PP serían los principales beneficiarios. El PSOE captaría votos procedentes de Podemos y de Ciudadanos, y el PP recuperaría votos, en un número superior, retornados de Vox y también de Ciudadanos. Un elevado porcentaje de votantes ubicado en el espacio electoral que delimitan el PSOE, el PP y Ciudadanos duda en cada convocatoria entre los tres partidos. Por tanto, los partidos arriesgan en cada nueva cita con las urnas la posición política conquistada en la anterior.

El PSOE presiona a Podemos para la formación del gobierno bajo la amenaza, velada o expresa, de forzar la convocatoria electoral, partiendo del supuesto de las peores previsiones electorales para el partido morado, que se expondría a una cuantiosa pérdida de votantes, lo que supondría una segunda reprobación. Sin embargo, el riesgo de unas elecciones es muy alto también para el PSOE. Se convocarán sólo si al final los partidos no han sido capaces de formar el Gobierno y en ese caso los españoles no dejarán de preguntarse por el responsable. Teniendo en cuenta el desarrollo de la anterior legislatura, que Pedro Sánchez no salga investido del Congreso no puede ser visto más que como una derrota política suya a manos de la oposición de derechas y de los partidos que solo unos meses atrás habían allanado su acceso al poder. Sería el equivalente político a una censura de un antiguo socio o, cuando menos, a una clara manifestación de falta de confianza del Parlamento hacia quien aspira a presidir el Gobierno. Una votación contraria en la sesión de investidura abriría, de manera inevitable, una interrogación sobre el futuro político del dirigente socialista. Primero o después, todos nos preguntaríamos si debería repetir de cabeza de cartel del PSOE, a los tres meses de haber cosechado lo que habría que considerar un gran fracaso.

La reflexión que acabo de sugerir peca, quizá, de prematura. Es razonable esperar que las cosas no sucedan así. Me resisto a pensar que no sea posible un acuerdo mínimo que facilite la formación del Gobierno y que la incapacidad de los partidos obligue tan pronto a recurrir otra vez a los pacientes ciudadanos para resolver un bloqueo político. No obstante, la divagación anterior, si lo fuera, sirve para plantear una cuestión relacionada: ¿por qué Pedro Sánchez precipita el país hacia la situación límite de elegir entre un gobierno socialista en solitario o elecciones, renunciando a explorar el amplio margen de maniobra que la composición de la Cámara baja le concede? ¿Adónde pretende conducirnos?