Los planes de investidura de Pedro Sánchez con el apoyo de Unidas Podemos están marcados por las fuerzas opuestas de la desconfianza y la necesidad.

Los socios potenciales se conocen tan bien que saben el daño que les puede infligir el otro: en un caso la crisis que abriría la probable deslealtad de Iglesias sentado en el Gobierno cuando sus decisiones fueran difíciles de digerir aguas abajo o, desde la orilla contraria, el posible compromiso roto por los socialistas para irse a otros brazos si el pacto no se sella con sillones.

A la vez, Podemos necesita una presencia fuerte en lo institucional que frene su retroceso imparable, mientras que los socialistas saben que sin los votos de los 42 de Iglesias el candidato socialista se enfrenta a una investidura fallida, escenario que ya conoce, pero que ahora le asusta más que en 2016 por perder lo que tiene.

En esa pugna entre la desconfianza y la necesidad ayer se abrió una tercera vía, que no fructificará, pero que altera el escenario. A Rivera le hicieron "un sánchez", un desgarrón interno que tendría que servir de aviso de que su posición como muleta del Partido Popular y en terceto con Vox resultará cada vez más insostenible. Y ello pese a que el vínculo entre las tres formaciones, el neoliberalismo sin correctivos, es ya de sobra visible.

La nueva voz de la economía de Rivera será Marcos de Quinto, el diputado de los más de 50 millones de patrimonio, un hombre corriente.

Ciudadanos no es el PSOE, capaz de sobrevivir al fratricidio. No habrá lucha interna, pero sí abandonos y desafección electoral. La formación de Rivera procede de la parte más frágil del ecosistema político, con alta mortalidad de siglas, desde el CDS del segundo Adolfo Suárez a la UPyD de Rosa Díez, que sucumbió apuntillada desde dentro por resistirse con soberbia a la fusión con Rivera. Esos casos dan la medida de lo poco que a veces duran los partidos.