Como los niños, cuando se les coge en una mentira, Rivera tira por elevación: sus pactos y no pactos tienen la aprobación de Macron, el rey liberal de Europa. El nadador dijo "Macron y el Elíseo" y, claro, el palacio del presidente imperial no tardó en responder: "Ni de cerca ni de lejos, no sabemos de dónde saca esa idea". Ante lo que el equipo del líder de Cs, para arreglarlo, no tuvo otra que desautorizar al jefe: Rivera no quiso decir Macron, sino La República en Marcha, su partido, y no todo, sino solo su delegación en el Parlamento Europeo.
O sea, que para ocultar que Cs sí pacta con Vox (o que acepta los votos de Vox, que viene a ser tan pudendo como recibir la abstención de Bildu), Rivera no tiene reparos en mentir e implicar a su gran referente europeo en el embuste. Y además se hace un lío morrocotudo: se avergüenza de los tratos con Abascal porque el hermano Emmanuel dice que con la extrema derecha no se va ni a mear, y luego se escuda en un supuesto permiso del gran hombre para justificar que algún urinario sí que han visitado juntos.
Y en el fondo no se entiende a qué tanto cordón: si aceptar los votos de Vox es menos gravoso que recibir la abstención de Bildu, porque el uno defiende la unidad de España y el otro no, ¿de qué hay que avergonzarse?
Rivera debería explicarle a Macron que Abascal es un líder constitucionalista, aunque pretenda acabar con el Estado de las autonomías y sostenga que la brecha salarial que separa a hombres y mujeres es solo un "planteamiento ideológico". Y que Valls, el nuevo actor político español, no sabe lo que hace cuando apoya a Colau para cerrarle el paso a Maragall II. Porque en la Alcaldía de Barcelona monta tanto una populista como un indepe sobrevenido, dice el nadador. ¿De verdad? ¿Vigilada de cerca la populista por el PSC y el ex primer ministro francés, y el indepe poniéndole capital matérica a la república mental del recluso de Waterloo? Ya será menos.