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Francisco García.

El imán que perdió el Norte

Se antoja una torpeza del azar más tétrico o una ironía trágica del destino que el mismo día en que se contabiliza en España la víctima número mil de la violencia de género se conozca una cruel barrabasada del gran imán de la Universidad de Al Azhar, en El Cairo. Quien es considerado una de las máximas autoridades religiosas del mundo suní defiende que se puede golpear a las esposas siempre y cuando "no se les rompa ningún hueso". Puede que el imán haya perdido el Norte, por mucho que se ampare en sagradas escrituras. Y habrá que reconocer que sus palabras causan repelús, igual que se repelen dos polos iguales. Cuando el campo magnético de un imán es la mezquita, el mensaje agresor que propugna en vez de repugnar atrae nuevos adeptos. Si se ha convertido en hecho peligroso ser mujer en la España actual a la vista de la extensa lista de asesinadas por sus parejas en los últimos años, serlo en los países de la ortodoxia musulmana más radical supone un drama. Puede que el buenismo del que ciertos sectores políticos y sociales hacen gala en relación con el trato a la mujer musulmana tenga que ver con un hecho de la física: cuando un imán se rompe en dos, se crean dos nuevos imanes, cada uno con su Norte y con su Sur. El peligro son los imanes sobrevenidos que del Sur se desplazan al Norte. Las propiedades magnéticas de un imán se mantienen intactas salvo si se someten a elevadas temperaturas o a fuertes golpes. Pero en Occidente no se trata a los imanes como los imanes dicen que hay que tratar a las mujeres.

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