Ya era hora de ponerle freno a esos gallitos que se divierten a costa de hacer sufrir a los demás. Me contó un día una abuela que su nieto llegó a casa llorando y le dijo por qué le habían puesto el nombre que tenía, nombres que rimaban con lo que ponían, pero no eran poesía, sino algo para fastidiarte.

Yo viví el acoso también por mi nombre, en la escuela nadie me ganaba. En el camino era una víctima. Se venía a comer al mediodía, dos veces el camino a casa y dos veces me hacían llorar cada día: "Marisa vete deprisa, que no llegas a misa".

El decirlo no importaba, pero me detenían, me acorralaban, trepaban con los pies y no paraban hasta que me veían llorar día tras día, año tras año. Yo siempre he sido tímida, algo que no termino de vencer, que tantas veces sabiendo cosas no tenía el valor de decirles. Quién me dice a mí que aquellos niños demonios no han influido en mi forma de ser al igual que una planta si la humillas y la maltratas, no puede estar alegre y bonita.

*Vecina de Cercio (Lalín)