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Vamos a contar mentiras

El discurso político ha sustituido la razón por la emoción

Afirmaba George Orwell en 1950 que el lenguaje político está diseñado para hacer que las mentiras suenen verdaderas, el asesinato respetable y para dar una apariencia de solidez al puro viento. Nada más cierto si el discurso político se pronuncia en campaña electoral, convertida en un tiempo que permite el intercambio de mentiras para convencer al ciudadano de la bondad de quien le pide el voto y de la maldad de sus oponentes. El problema se agrava porque la política se ha transformado en una permanente campaña electoral, banalizando la democracia. Claro que la alternativa es mucho peor; la dictadura es en sí un engaño, porque prohíbe el intercambio de mentiras para mostrarse como la única verdad, o sea, como la única mentira que es verdad, valga la paradoja.

La campaña electoral se asemeja hoy a una feria ambulante de productos averiados o de escasa utilidad. Cada vez más la gente se abstiene de comprar, pero también acude para ver si aparece algo nuevo que valga la pena y hay quienes aprovechan esa oportunidad para probar fortuna montando su propia carpa. Según estén a la izquierda, a la derecha o en un sitio independiente venden las mismas cosas que los otros puestos, pero éstas parecen más atractivas bajo un toldo blanqueado. La reacción ante la inesperada competencia no es mejorar el producto, sino cantar de manera diferente sus propiedades, ofrecer tres por uno y, como gran renovación, fichar a gente conocida como reclamo tras el mostrador para que suelte las mismas falsedades y ocurrencias que le apuntan. Deportistas, toreros, militares, actores y periodistas nutren la nueva farándula política en las casetas de esta feria de abril.

Ya no hay diferencia entre la publicidad comercial y la política. Lo importante para vender un seguro, un coche o un detergente es que aparezca en la pantalla un rostro conocido, aunque no tenga ni idea del producto que ensalza. Lo mismo sucede con las propuestas electorales, porque hemos llegado a un punto en que la publicidad siempre es engañosa y el primer engaño ya no está en creer las excelencias del producto, sino en creer a quien las cuenta por el simple hecho de ser una persona conocida. De este modo nuestra simpatía hacia ella se transfiere a la cosa. La emoción sustituye a la razón y queda en un segundo plano el mensaje, convertido en una salmodia de mentiras.

Otra novedad en estas elecciones generales es que la derecha compite entre sí, porque se ha instalado en la feria con tres casetas que rivalizan poniendo en venta parecidas recetas; unas ya son clásicas, como la bajada de impuestos sin merma de los servicios públicos o la criminalización del aborto; otras también lo son, pero más agresivas y sin complejos, como en materia de inmigración, que pasa de ser un preocupante fenómeno social a personalizarse en el inmigrante como sujeto indeseable, que ocupa puestos de trabajo, pone en peligro la sanidad pública y crea inseguridad ciudadana. Ya no se sabe cómo llamar la atención ante tanto griterío y no faltan los ofertones del día, sea el derecho de todos a portar armas sea la conversión del feto en miembro de familia numerosa.

Paradójicamente, el reclamo más atractivo es ofrecer lo que no está en venta, acusando a los demás de que comerciarán con ello nada más cerrar la feria. La lista es larga, pensiones, salario mínimo, sanidad gratuita, pero este año el producto estrella es la identidad nacional, vociferado tanto por las tres derechas como por los independentistas. No hay como tapar la mercadería con la bandera nacional, con la estelada o la ikurriña con mástil abertzale para que la feria se convierta en una romería, las casetas en ermitas de peregrinaje y los políticos charlatanes en predicadores de malos augurios. Las soflamas reducen a cenizas cualquier discurso racional y la emoción acaba en incontrolada pasión. El jinete del apocalipsis para unos y otros es Pedro Sánchez a lomos del PSOE y contra él se dirigen todas las invectivas, representante de un Estado represor según unos, caballo de Troya del separatismo para otros y lacayo del Ibex 35 para otros más.

En esta lucha por atraer votos y exvotos las tres derechas se emplean a fondo y sin contemplaciones. Lo mismo compiten en viajar a tierra hostil para mostrar su valentía a pecho descubierto frente al separatismo, que en abominar de Pedro Sánchez, atribuyéndole todos los males de la patria habidos y por haber y cubriéndole de insultos y falacias. Es necesario condenar sin paliativos la lapidación de los que son considerados intrusos, aunque éstos alberguen el inconfeso ánimo de exhibir mediáticamente su inmolación; lástima que estos mártires de la patria sean tan inconsecuentes y no tengan reparos en demonizar al líder del PSOE para quemarlo en la pira de mentiras.

Casado y Rivera, PP y Ciudadanos, se equivocan de estrategia y de enemigo. Su histrionismo les perjudica ante una parte de su potencial electorado, que desea el acuerdo y la negociación entre los grandes partidos, y ante otra parte, que busca lo auténtico detrás de la sobreactuación españolista, o sea a VOX. Perjurar que jamás apoyarán a un gobierno del PSOE es una insensatez. Queriendo ser contra Sánchez tan tajantes como Vox para impedir la sangría de votos, lo que consiguen es echarse en brazos de este partido extremista y cerrar la puerta a un acuerdo de centro político; una puerta que el PP y Ciudadanos podrían tener abierta, pero nunca Vox, que se frota las manos con el reiterado portazo.

La esperanza de Casado para ser presidente del Gobierno es reproducir el tripartito andaluz y cabe suponer que la esperanza es más difusa que entonces, porque Andalucía no es tan plural como el conjunto de España y el PSOE tiene más bazas para negociar. El problema es que esta negociación, de haberla, será muy complicada porque ya se vio que Unidas Podemos, nacionalistas e independentistas tienen intereses muy dispares y presionarán hasta el final con la amenaza de ir a unas nuevas elecciones; un peligro descartable con las tres derechas que, de sumar mayoría absoluta, alcanzarían muy pronto el acuerdo. De ahí que el electorado de izquierdas recluido en la abstención seguramente se movilice esta vez ante una perspectiva tan poco halagüeña y opte por el voto útil, sin que el PSOE haya hecho grandes méritos para ello.

Habrá que esperar a que se cierre la feria de abril para comprobar cuánto viento de mentiras se ha colado en la solidez de las urnas.

*Catedrático de Derecho constitucional

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