Emilio Salgado Urtiaga resultó una bendición del cielo para el Ayuntamiento y también para la ciudad cuando ocupó la plaza de arquitecto municipal a principios de 1924. Durante los siete años siguientes en que desempeñó dicha responsabilidad, ofreció fehacientes muestras de su competencia profesional, que unió a su capacidad artística, una combinación bastante inusual en aquel tiempo.

Además del proyecto del balcón de la Alameda hacia la Ría, que conformaba un mirador extraordinario, Salgado no escatimó trabajo y dedicación a todos los encargos que recibió de la corporación municipal. Precisamente acometió aquel diseño a finales de 1926, una vez que concluyó su tarea más comprometida: el primer plano de población del casco urbano que tuvo la Pontevedra moderna, conservador en lo que estaba consolidado y atrevido en lo que estaba por hacerse.

Cuando la corporación aprobó el proyecto de la rotonda de la Alameda, dejó constancia en acta del "exquisito gusto y las geniales disposiciones" que demostró aquel buen arquitecto.