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Ánxel Vence.

Crónicas galantes

Ánxel Vence

Vuelta a las batallitas del abuelo

Cinco millones de españoles rompieron no hace mucho el bipartidismo al votar a un partido ultraizquierdista 2.0 que se las arreglaba de maravilla en las redes sociales para vender con caras nuevas los chistes viejos de Lenin. Ahora se completa el círculo con la llegada de otro también ducho en técnicas de propaganda cibernética que ofrece desde la extrema derecha ideas de los años treinta del pasado siglo, ligeramente retocadas para la ocasión. Por fortuna, esta nueva guerra civil va a ser puramente virtual y no llegarán los odios -ni mucho menos, la sangre- al río.

Vuelven, eso sí, tras cuarenta años de Constitución y liberalismo a la europea que han convertido a España en el país estadísticamente más sano del mundo, las dos ideologías que desembocaron allá por el remoto 1936 en la fúnebre contienda que tanto sigue excitando a muchos.

Por suerte, fue el propio Carlos Marx quien advirtió que la historia se repite dos veces: la primera como tragedia, y la segunda como farsa. Esta España, relativamente próspera en lo económico y decididamente avanzada en materia social y de costumbres, se parece tanto a la de los terribles años treinta como un huevo a una castaña. Por muy aficionados que algunos españoles sean a recordar las batallitas del abuelo Cebolleta, no se dan las condiciones, ni el tiempo, ni la ocasión, para reincidir en las viejas tendencias cainitas del país.

Ni los que creen que van a ganar aquella guerra en la prórroga -porque sí, se puede-, ni los que vuelven a llenarlo todo con banderas al viento y olor a pólvora de carajillo conseguirán su propósito de enfrentar a la mitad de España con la otra media. Lo que hace casi un siglo fue tragedia -y de las grandes- no va a pasar ahora de sainete que se resolverá con el habitual reparto de cargos y nóminas entre los que obtengan la victoria en las urnas.

A lo sumo, los fieros candidatos ultras que proponen ponerlo todo patas arriba harán lo que aquel valentón del soneto de Cervantes: "Caló el chapeo, requirió la espada, miró al soslayo, fuese? y no hubo nada".

La fácil explicación reside en que ya no existen dos Españas, sino tantas como españoles. La democracia, para la que Franco decía interesadamente que no estábamos preparados ni lo estaríamos nunca, ha cuajado con rara facilidad en este que fue país de curas trabucaires y militarotes siempre dispuestos a dar el cuartelazo.

Todo eso es ya parte del pasado, como la momia del dictador que unos quieren sacar en procesión; o la fobia vagamente islámica a las mujeres que otros usan como reclamo electoral. Tanto los ultras de babor como los de estribor tienen su clientela, claro está; pero esta siempre será minoritaria. Ahora somos gente civilizada que mantiene limpias las calles, respeta los pasos de cebra, cuida a los animales y disfruta de uno de los mejores sistemas de protección social y sanitaria del mundo mundial. Un país de individuos libres, a los que resulta complicado estabular en un solo catecismo ideológico.

Nada queda de la oscura España que Goya retrató en la brillante metáfora de su "Duelo a garrotazos". Al igual que ese cuadro, las ideas de los nuevos vendedores de guerritas -aunque solo sean verbales- están destinadas al museo. Otra cosa es que una parte de los electores les compre en las urnas esa afición a los cuentos de hazañas bélicas. La democracia es muy aburrida, ya se sabe.

stylename="070_TXT_inf_01"> anxelvence@gmail.com

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