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De vuelta y media

El atrio de la Peregrina, Filgueira versus Landín

La reposición de su aspecto original en 1955 no tuvo una buena acogida popular y abrió una fuerte polémica

A mediados de los años 50, la reposición del atrio de la Peregrina a su aspecto original, que acometió la Dirección General del Patrimonio Artístico, provocó una fuerte controversia. Rafael Landín Carrasco versus José F. Filgueira Valverde, ambos ejercieron como máximos exponentes de detractores y partidarios de dicha reforma, que no dejó indiferente a ningún pontevedrés.

La polémica desatada tuvo su reflejo inmediato en el concurso de los Maios de aquel año, con una atinada copla de Os críticos de San Roque:

"!Probe Peregrina! / ¡Que fixeron de ti! / que diante da porta / puxéronche un fortín. / E tiña razón / o señor Landín / que con un par de zocos / chamóuche maniquí."

Faro anticipó un boceto de la obra proyectada por el arquitecto Francisco Pons Sorolla, pero en cuanto se adjudicó el concurso al cantero de Tomeza, Manuel Ruibal, una valla de madera de gran tamaño cerró a cal y canto el atrio del santuario, y todo el mundo se olvidó del asunto. Cuando el 25 de enero de 1955 el secreto mejor guardado del casco urbano quedó al descubierto, enseguida se armó la marimorena. Su impacto fue mayúsculo.

Siempre atento a tomar el pulso de la ciudad, Rafael Landín se apresuró a sacar punta al asunto en Radio Pontevedra a través de su programa "Al doblar la semana", que gozaba de mucha audiencia.

El cronista no solo dijo que "la nueva fisonomía de la Peregrina no nos gusta nada", haciéndose eco de una opinión bastante generalizada. También hizo gala de su temible ironía y relacionó la "fortificación" del santuario con un letrero muy cercano que señalaba la existencia de un "refugio contra ataques aéreos". Aquella referencia sonó a declaración de guerra.

"El ingenio popular -comentó- ya ha caracterizado ese contraste que hay entre la esbeltez de la fachada y la pesantez de la fuente, con el expresivo mote de "la línea H con zuecos".

Eso parecía el exterior de la Peregrina a Landín, quien finalizó su intervención poniendo de manifiesto la inconsistencia de una hipotética defensa de la obra realizada, única y exclusivamente basada en la recuperación del aspecto original del atrio del santuario, "?porque supondría el tener que admitir el absurdo de que los antiguos no se equivocaban nunca"?..

Necesariamente hay que situarse en aquel tiempo lejano para calibrar el impacto de su templado comentario, cuando la menor crítica levantaba grandes ampollas y provocaba odios africanos entre vecinos cercanos.

El profesor Filgueira, artífice de la reconstrucción diseñada por el arquitecto de cabecera del Patrimonio Artístico, seguramente esperaba un reconocimiento general que no obtuvo. Por ese motivo, encajó mal las críticas y los pitorreos que llegaron tras el destape de la obra y solicitó su derecho a réplica al día siguiente. Radio Pontevedra no solo aceptó encantada, sino que su director, José Hermida, anunció su intervención a bombo y platillo.

La crónica de Landín todavía se conserva íntegra, pero no ocurre lo mismo con la contestación de Filgueira. No obstante, se intuye bastante bien su erudita argumentación a través de los ecos periodísticos, y también por el relato sobre el incidente que envió en dos cartas seguidas a Sánchez Cantón, incluidas en la Cartolatría (tres volúmenes) con su correspondencia cruzada, que editó no hace mucho tiempo el Museo Provincial.

"Creo que tuve pendiente de la radio a todo Pontevedra. Nunca obtuve un éxito pontevedrés parecido. Estuve al teléfono hasta las tantas de la noche, recibiendo adhesiones", contó tras admitir que "el revuelo fue atroz".

Don José no exageró en su apreciación: su intervención fue el momento radiofónico más escuchado en esta ciudad durante mucho tiempo y lo mismo ocurrió el domingo siguiente con el epílogo de Landín.

Como docto profesor, Filgueira sacó a pasear su locuacidad y ofreció una copiosa argumentación en exceso ilustrada, que aplaudieron los partidarios pero repudiaron los detractores del nuevo atrio. Algunos de ellos se declararon "turulatos" por su torrente verbal, cargado de tecnicismos un tanto "rebuscados y oscuros" para defender las excelencias artísticas de la obra acometida. Una estrategia deliberada, según él mismo reconoció a Cantón.

Además de defender a capa y espada la nueva ornamentación en sí misma, Filgueira insistió mucho en que no hubo "ni invención, ni innovación", sino una mera "reconstrucción", a fin de devolver al atrio su aspecto histórico y original. En esa tesis basó su firme posicionamiento.

"Creo que ha sido muy bueno -comentó a Cantón- que se produjese el choque y que se explicase lo que hemos hecho y porqué lo hemos hecho".

Landín fue uno de los primeros en telefonear aquella noche a Filgueira tras su intervención radiofónica para zanjar la controversia. Y al domingo siguiente ofreció la pipa de la paz, "?porque preferimos trocar lo que pudo ser una airada polémica en un sereno diálogo".

El cronista no cambió de opinión después de escuchar la exposición de su detractor. Por el contrario, mantuvo su criterio negativo y consideró innecesaria la reposición. También entonó un mea culpa por su "tono ligero y desenfadado, pero sin ánimo de zaherir". Y puso el punto y final de manera elegante: "La cordialidad entre los hombres nos parece mucho más valiosa que cualquier fuente; sea un parapeto o sea la octava maravilla del mundo".

La polémica abierta hizo correr ríos de tinta en los periódicos de la época, tanto en forma de colaboraciones eruditas como de cartas espontáneas. De ahí lo apropiado del punto de templanza que puso Landín.

Joaquín Sarmiento Garra, un falangista de primera hora que había sido alcalde de Santiago, llegó a realizar una visita a Pontevedra para opinar con conocimiento de causa. Luego escribió un largo artículo donde habló de una "obra insignificante y carente de trascendencia, que ni pone ni quita rey".

Pero el "forastero en discordia", como tituló Garra su escrito, aprovechó la ocasión para proponer lisa y llanamente el derribo de las casas que impedían el entronque entre las plazas de la Peregrina y la Herrería, con la finalidad de "agilizar el tráfico e impulsar el desarrollo de la ciudad". Así estaba el patio.

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