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Ánxel Vence.

Crónicas galantes

Ánxel Vence

Juego de cadáveres

Corren por las redes sociales numerosos chistes a propósito de quién abandonará antes su actual domicilio: si el todavía presidente Pedro Sánchez o el cuerpo momificado del general Franco. El primero vive en el palacio de La Moncloa y el que fuera dictador tiene su residencia mortuoria en el Valle de los Caídos; pero esas son meras cuestiones de detalle. A fin de cuentas, los dos son inquilinos de Patrimonio del Estado.

Aparentemente, Sánchez ha perdido la apuesta que circula por internet al verse obligado a convocar elecciones, aunque no sea prudente dar nada por hecho con un hombre de tan demostrada buena fortuna como el líder socialdemócrata.

Bien pudiera ocurrir que gane -solo o en compañía de otros- las próximas elecciones generales, con lo cual volvería a cobrar ventaja sobre el fallecido dictador en esa curiosa competición por ver quién hace primero la mudanza.

Por si sí o por si no, el primer ministro saliente -que acaso no se fíe mucho de sus votantes- aprobó en el último Consejo de su Gobierno un acuerdo para sacar a Franco de su tumba antes de quince días, que empezaron a contar el pasado viernes.

Si los recursos judiciales no demoran esta decisión, Sánchez habrá conseguido que el Innombrable salga antes de su sepulcro que él del palacio de La Moncloa. No ha residido ahí ni un año, pero aun en el caso de que no revalide el cargo el próximo 28 de abril, le quedará al menos la satisfacción de haber cumplido con uno de sus empeños más tenaces. Además de ganar el envite en Facebook y WhatsApp, claro.

Esto no va a arreglar problema alguno en España, naturalmente; y aun podría crear otros nuevos. Si la familia del extinto triunfa en su propósito de trasladarlo a la catedral de la Almudena, en el centro de Madrid, mucho es de temer que las peregrinaciones de nostálgicos y de turistas colapsen esa parte de la capital.

En realidad, a Franco lo llevan desenterrando -sin necesidad de levantar la losa- desde los tiempos del también presidente socialdemócrata José Luis (R.) Zapatero. El espantajo del dictador, a quien ya casi nadie recordaba, fue de gran utilidad para esconder la muy mejorable política financiera de aquel Gobierno, que a punto estuvo de forzar la intervención de España por la UE y el FMI. Mientras se hablaba de la guerra de los abuelos, se reparaba menos en las quiebras que estaba sufriendo la economía del país y, en consecuencia, la de los paisanos.

El truco funcionó con tan grande éxito que Sánchez ha querido ejecutarlo de forma literal, sacando al general de su sepulcro mediante un decreto al amparo de un anterior acuerdo del Congreso. El previsible efecto indirecto de la medida ha sido despertar los instintos franquistas de una parte de la población, con el subsiguiente nacimiento de una extrema derecha de la que no se tenía noticia aquí desde los tiempos del notario Blas Piñar.

Lo paradójico de este asunto es que, a los vivos, por vivos que sean, cuesta menos desalojarlos de sus moradas terrenales que a los muertos. Hace menos de un año que Sánchez sacó de La Moncloa a Rajoy; y ahora es él quién se ve en situación de interinidad, con el riesgo de sufrir mudanza en las próximas elecciones. Es el peligro que tiene andar trasteando con los difuntos de aquí para allá: que, al final, acabe convertido uno -o no- en cadáver político. Aunque nadie le quite lo bailado ni lo volado.

stylename="070_TXT_inf_01"> anxelvence@gmail.com

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