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Ilustres

Álvaro de Sotomayor en el arte privado ourensano

Estos días se encuentra abierta al público la exposición Arte privado en Ourense promovida por la Diputación Provincial y coordinada por Ángeles Fernández cuyo trabajo de puesta a punto ha sido encomiable. Con sesenta y cuatro obras y cuarenta y tres autores hace un recorrido desde el siglo XVI hasta finales del siglo XX. Todo ello gracias a la colaboración de un grupo de coleccionistas ourensanos que no dudaron, ante la propuesta, ofrecer a sus conciudadanos la posibilidad de disfrutar de este tipo de arte.

Entre las numerosas obras de artistas gallegos que participan en la muestra, tres de ellas se deben al pincel de Fernando Álvarez de Sotomayor. Se trata de A moza do pano encarnado, La señorita López de Guzmán y Dama desconocida. Estos cuadros pertenecen a dos de los géneros más demandados y en los que el pintor tuvo más éxito: la pintura regionalista y el retrato.

Cuando Sotomayor abandona Galicia siendo un niño, todo parecía indicar que se había roto el vínculo con la tierra donde había nacido, sin embargo, veinte años después diversos motivos familiares lo trajeron de nuevo a la tierra, dando origen a una relación que perduraría a lo largo de toda su vida.

Es precisamente en 1905, cuando regresa a Galicia con motivo de la boda de su hermano, el momento en que descubre el potencial que para la pintura encierra Galicia con sus paisajes, sus gentes con su original vestimenta y, sobre todo, el colorido de rojos y amarillos que lo acercan a esos rostros femeninos de pómulos encendidos como él los definía.

Pronto Sotomayor se convertiría en el pintor más demandado de regionalismo gallego si bien en un primer momento, los nacionalistas quisieron ver en su obra un referente y lo miraron con cierta simpatía, con el paso del tiempo se fueron distanciando por considerar, coincidiendo con un sector de la crítica, que su obra respondía una estética idealista que nada tenía que ver con la realidad gallega. A ello también sumaban el rechazo a la ideología del pintor muy ligada a los círculos del poder oficial.

A moza do pano encarnado es una de las obras más interesantes de su catálogo de temática gallega. Estrechamente vinculada a Comida de boda en Bergantiños, obra de referencia de la pintura regionalista gallega.

El pintor representa a la moza de medio cuerpo mirando al espectador entre sorprendida y pícara, plasmando con maestría los rasgos étnicos de la mujer gallega que tanto le atraían. Esto le permite que, sin renunciar al idealismo que lo caracteriza, La moza no deje de ser una mujer de la tierra representada con prestancia, ajena a cualquier pesimismo y por tanto alejada del dolor y el sufrimiento. Rasgos estos últimos más valorados en aquel momento por considerarlos más acordes con la realidad que vivian las gentes de los pueblos gallegos.

Aunque A moza do pano encarnado no se puede interpretar como un verdadero retrato, ya que es una creación que parte de un modelo, ello no impide al pintor lograr una síntesis interesante entre la pintura de género, a la que da un tratamiento retratístico y el retrato propiamente dicho.

A estas alturas no cabe duda que Sotomayor fue uno de los retratistas españoles más importante de la primera mitad del siglo XX. Ello lo lograría partiendo de unos pilares básicos como son el academicismo de finales del siglo XIX en el que se formó, la tradición retratista española de la que era un buen conocedor, la seducción por el retrato inglés y, sobre todo, su sentido innato para el género que completaba con el oficio. El resultado, como lo atestigua La señorita López de Guzmán y Dama, fue un modelo de retrato conservador, refinado y elegante muy acorde con el gusto burgués de la época que veía en él una manifestación del estatus social.

El cuadro de la sevillana López de Gúzman responde a un modelo de retrato femenino frecuente en el catalogo del artista, por el éxito que tenía en las clases altas. En esta ocasión, aunque dentro de los convencionalismos de la moda, se aleja del encorsetamiento de algunos otros. Aquí se ve favorecido por la juventud y la indumentaria informal de la protagonista, acorde con el entorno y por el acierto en los pormenores que utiliza para romper la monotonía en que puede caer una obra de estas características. En este caso llama la atención la cesta de fruta que constituye un pequeño bodegón y el árbol que aparece en el ángulo izquierdo, de claras connotaciones velazqueñas y presente también en otros retratos suyos. El tratamiento del fondo también es coincidente con otros retratos de su autoría, sobre todo de las últimas décadas, en los que se crean contrastes lumínicos entre las pinceladas del cielo nublado y la claridad armoniosa, que se abre en el centro de la composición contrastando con la paleta tierra de la mitad inferior.

Una vez más, el sentido exquisito que poseía el pintor para el retrato queda patente en Dama. En esta obra de la que desconocemos la identidad de la retratada y la fecha de su realización. El artista representa a la Dama con porte distinguido y distante, elegancia gestual contenida y las manos cruzadas de manera aristocrática. Desde el punto de vista técnico, trabaja con una paleta sobria con la que logra una cuidada entonación en los marrones de la figura y en el fondo de la composición, que se aclara paulatinamente hasta abrir un foco de luz, con contrastes lumínicos al igual que en el anterior.

En este retrato están presentes algunas claves del éxito del pintor en este género a lo largo de su fructífera carrera: la luz, la composición, la paleta, la elegancia o el enaltecimiento del retratado. Sin embargo, sobre todo esto pesa la losa del canto del cisne del retrato al que la fotografía, de manera inexorable, llevaba años desterrando.

* Doctora de Historia del Arte

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