Faro de Vigo

Faro de Vigo

Contenido exclusivo para suscriptores digitales

Ceferino de Blas.

Pasión por las luces

La pasión de los vigueses por la luz es innata. Puede decirse que enraíza en sus orígenes como población por las deslumbrantes puestas de sol sobre las Cíes.

El afán de ganar horas de luz desborda en entusiasmo con el advenimiento de la luz eléctrica.

Hay quien sitúa este momento en la celebración de las fiestas del Cristo de la Victoria, de 1880, cuando se encendió "el magnífico alumbrado a la veneciana", por toda la Alameda y el Malecón.

De aquellas fiestas pervive el episodio que protagoniza el que será buen alcalde, Antonio López de Neira, que instaló un foco de luz eléctrica en su casa. Lo había traído de París, y probado, el 27 de mayo, ante un grupo de amigos, causando "impresión entre las personas que inesperadamente se vieron inundadas por la claridad".

Pero el acontecimiento se produjo, días después, cuando iluminó la imagen del Cristo de la Victoria al paso de la procesión por la calle del Príncipe, para entusiasmo de los miles de personas que la acompañaban.

La luz eléctrica era la gran novedad en Vigo, y habrán de pasar dieciséis años hasta que se instale para el público.

Entonces las fiestas se celebraban en el mes de junio, y aquel año la comisión había decidido que tuvieran otro atractivo y distinto aspecto, comenzando por bajar del Campo de Granada a la Alameda y terrenos del Malecón.

Cuenta Ruiz y Enríquez, el periodista estrella de la época, que "el alumbrado de farolillos de papel ofrecía, por su suntuosidad y buen gusto, una novedad y grandeza tal que sólo he oído alabanzas".

Más de siglo y un tercio después, el entusiasmo desbordado por las iluminaciones navideñas, que se respira en la ciudad, tiene en aquellas fiestas unos modestos antecedentes

El Ayuntamiento acertó plenamente cuando se empeñó, desde hace años, en convertir a Vigo en la más suntuosa de las ciudades españolas por su iluminación, y por su elegancia. Estaba conectando con la propia historia.

Al igual que el foco de luz eléctrica de López de Neira, el primero que se vio en Galicia, causó pasmo y entusiasmo entre cuantos asistían a la procesión del Cristo, las luces navideñas han obrado el milagro de que Vigo sea en este mes la ciudad más celebrada del país.

Y en correspondencia, la más visitada -proporcionalmente-, entre las poblaciones españolas. Con magníficos resultados para la economía, que minimizan y justifican plenamente el gasto.

Que los pasajeros de un crucero pidan al capitán que retrase la salida del barco para poder contemplar la iluminación no tiene precedentes, y que se formen colas inmensas para ocupar los autobuses turísticos por las rutas iluminados, no ha ocurrido en ningún sitio.

En Oviedo, los comerciantes han protestado por su anodina iluminación navideña. "Los clientes se van a Vigo porque la ciudad está preciosa, y aquí no hay nada", han denunciado ante la prensa local.

Junto a las magnitudes, hay detalles que enternecen. Por ejemplo, el comentario de una niña de cinco años, del Morrazo, a quien preguntaban si sus padres la habían llevado a Vigo a ver la iluminación.

"No", respondía. "Pero la profesora nos puso un vídeo en el que se veía la iluminación, y al alcalde", explicaba ufana.

El empeño de convertir la ciudad en una gran luminaria, con récords de dimensión y altura, que parecía una anécdota, y algunos interpretaron como un capricho municipal, se ha convertido en el mayor atractivo de Galicia en estas fiestas. Capaz de transformar a Vigo en un espectáculo que arrastra a multitudes y llena calles, comercios, cafeterías y hoteles.

La responsabilidad contraída para el futuro supone un desafío que invita a que, en años venideros, las iluminaciones navideñas sean aún más suntuosas, para que Vigo conserve el liderazgo -mundial, según el regidor, y no exagera-, entre las poblaciones mejor iluminadas.

Porque debe precaverse del principal pecado capital hispano: la envidia. Ante la falta de ideas, y Vigo ha tenido una sublime, aparece el mimetismo que lleva a los que lo practican a intentar apropiarse de la iniciativa originaria.

El envite, por tanto, es mejorar cada año, porque habrá otras ciudades que quieran superar a Vigo.

Como queda dicho, lo avala la tradición. Además de la realidad actual, lo demanda la historia de la ciudad.

Compartir el artículo

stats