Estuve un buen rato mirando la televisión para ver las imágenes de los actos en el Congreso de los Diputados que conmemoraban la Constitución. Cada cual tiene sus vicios. A los líderes políticos los entrevistan como en una carpa en la que ponen una suerte de atril. Y ellos hablan en un atril y cerrar de ojos. Dicen muchas cosas, pero yo los escuché con el volumen bajado. O sea, quiero decir, no los escuché, más bien oí como hablaban. Imaginé lo que decían, no hace falta mucha imaginación, viendo su mímica, su gestualidad, la ropa y los movimientos de cara y brazos. Y viendo su trayectoria. A alguna gente le ves la trayectoria sin conocer su trayectoria ni su pasado, sin haberlo visto nunca ni que te lo hayan presentado. Son gente que lleva la trayectoria al aire. Que les cuelga por detrás. Las trayectorias nunca van por delante, se les sale por el abrigo y asoma y la arrastran. Como si fuera un gran rabo. Con perdón.

Es un buen ejercicio bajar el volumen de la tele e imaginar lo que dicen. Te hace un Dios de las bandas sonoras. Los dioses de las bandas sonoras colocan la suya propia donde quieren. Es cachondo ver a Rivera, sin oirlo, e imaginar que está llamando a la revolución trotskysta. O mirar sin oír a Alberto Garzón e imaginar que está hablando de la inopinada desaparición, injusta a mí juicio, en la carta de los restaurantes, del cóctel de gambas y el melón con jamón.

Vi también a los expresidentes del Gobierno. A los que están vivos. Hubiera dado lo que fuera, incluso la televisión, por saber de qué hablaban en los recesos o antes de que empezara el acto cuando ya están juntos sentados muy cerca todos y aún no han de guardar silencio. Aznar y Felipe de los nietos, supongo. Rajoy tal vez contó algún chascarrillo de su vuelta al Registro de la Propiedad. Imagino que luego cada cual comentaría en casa hay que ver lo viejo que está Felipe o oye, pues mira Rajoy es majo o Zapatero llevaba el traje un poco pequeño. A lo mejor se fueron a comer juntos. Comer es una cosa muy constitucional. Y necesaria. Ya nos enseñó Jardiel Poncela que la vida es tan amarga que abre a diario las ganas de comer. Los expresidentes ya no van estando en edad de copiosas cenas, además Aznar cenará un yogur desnatado, pero almorzar conviene y si hay vino, mejor, aunque donde hay mucho vino salen los secretos y estos hombres, se echa en falta una presidenta del Gobierno, secretos tienen muchos, aunque uno opina que estos, los secretos, se confunden a veces con las batallitas.

Las que entre ellos tuvieron (váyase señor González) las va tamizando el tiempo. La memoria va trabajando sobre ellas. Las afrentas van poco a poco olvidándose o al menos tiñéndose de melancolía. Finalmente todo es historia y tal vez Felipe piense peor de Zapatero, o Rajoy de Aznar que por ejemplo Aznar de Felipe. Quién sabe. Hagan sus combinaciones. Apagué la tele y fui a buscar mi viejo ejemplar de la Constitución. Está viejo pero bien se lee.