Las elecciones municipales de 1973 en Pontevedra por el tercio familiar resultaron, dentro de un orden, las más disputadas y movidas del franquismo. Los candidatos rompieron amarras y utilizaron por primera vez con profusión la publicidad en prensa y radio para solicitar el voto sin cortarse un pelo.

Cumplidos 45 años de aquella campaña nunca vista por estos pagos, cuando las elecciones municipales de 2019 se encuentran a la vuelta de la esquina, vale la pena recordar sin nostalgia ni resquemor la curiosa efeméride, precisamente cuando los andaluces tienen una cita con las urnas.

Pontevedra se convertía en la capital forestal de España con un simposio en Lourizán. La Residencia Montecelo acogía el primer nacimiento. La Caja Rural se ubicaba en el antiguo Café Moderno. El Mercantil estrenaba una nueva planta. Atlántida y Gólope llegaban para competir con las boites del Universo y Daniel Boom. Un experto desarrollaba las excelencias de las tarjetas de crédito, el dinero de plástico del futuro??.

Todo eso ocurría en aquellos días húmedos de mediados de noviembre de 1973, cuando la junta electoral proclamaba doce candidatos para competir por cuatro puestos en una corporación presidida por Augusto García Sánchez.

Miguel Otero Rodríguez, industrial; Germán de la Iglesia Faustino, profesor de EGB; Antonio Reguera Repiso, industrial; Pedro Iglesias Matos, contratista; Enrique Rodríguez Volta, decorador; José Vilas Simal, profesor de Educación Física; Manuel Portela Arribas, industrial; Juan Ramírez Piñeiro, constructor; Emilio Calvete Celada, industrial; Laureano Méndez Núñez, propietario; Pablo Castro Montoya, empleado, y Ricardo Barajas Reguilón, industrial y ex locutor deportivo.

FARO apuntó entonces que no eran todos los que estaban. Al final, faltaban algunos pesos pesados de la vida local que terminaron por no comparecer, porque se reservaban para tiempos mejores. Tampoco había mujeres entre las candidaturas pontevedresas, aunque sí concurrían en Vigo, Marín, Sanxenxo y otros municipios cercanos.

La oferta era variopinta sin duda alguna. La mayoría de ellos resultaban sobradamente conocidos tras su paso por las juntas directivas de las sociedades recreativas, los clubs deportivos, las entidades culturales e incluso por la Comisión de Fiestas de la Peregrina. Unos sabían muy bien de dónde venían, adonde iban y, sobre todo, qué es lo que pretendían con aquel salto sin red a la política local. Pero otros no tanto.

Pablo Castro Montoya, por ejemplo, un honrado empleado de la Caja de Ahorros de Pontevedra que vive para contarlo todavía con una manifiesta candidez, se encontró metió en aquel lío sin buscarlo mucho.

"Un buen día -recuerda ahora- fui con la mejor voluntad a hablar con el gobernador civil para quejarme de que el agua no llegaba a nuestra casa en la calle Salvador Moreno; se cortaba cada dos por tres y aquello no parecía admisible. Entonces Arroyo Quiñones me dijo que hacía falta gente como yo en la política local y me animó a presentarme a las elecciones municipales para encarar los problemas de la ciudad. Pero acabé bastante escaldado."

Eficacia, honradez, juventud, dinamismo, experiencia?.Estos fueron los atributos más repetidos y ponderados por todos los candidatos, junto con una defensa a ultranza de la capitalidad, que entonces estaba un tanto devaluada frente al crecimiento y empuje de Vigo.

A elegir entre los doce candidatos estaban llamados exclusivamente los cabezas de familia (15.272) y las mujeres casadas (10.933); en total 26.205 electores. Para participar en aquellos comicios no contaba la mayoría de edad, sino la condición personal de los votantes potenciales. Pero esa no fue la única diferencia sustancial con respecto a la normativa actual.

La campaña electoral fue muy corta; apenas cinco días entre el 8 y el 12 de noviembre. Entonces se consideró tiempo más que suficiente para que los aspirantes a concejales presentaran sus cartas credenciales y poco más. Las descalificaciones y los ataques entre los candidatos resultaron terminantemente prohibidos. Bromas, las justas, para evitar situaciones incómodas. El ínclito Rufián, por ejemplo, no tendría cabida.

El Gobierno Civil vigiló de cerca la campaña y recordó con insistencia su conclusión a las nueve de la mañana del lunes 12, una hora bastante insulsa. El resto de la jornada se destinaba a la reflexión, antes de la decisiva votación del día siguiente: ¡martes y 13! El Gobierno no tuvo el menor empacho en fijar una fecha no apta para supersticiosos y agoreros en general.

La jornada electoral transcurrió sin incidentes, tal y como era de esperar, entre las nueve de la mañana y las cinco de la tarde, con permisos especiales para salir del trabajo a cumplir con un deber cívico.

A las 24,45 horas del día siguiente, el gobernador civil, Manuel Arroyo Quiñones, acompañado del presidente de la Diputación, José Luís Peláez Casalderrey; el alcalde de la capital, Augusto García Sánchez, y el delegado provincial de Información y Turismo, Rafael Landín Carrasco, hizo públicos los ganadores: Germán de la Iglesia (41 años), 3.723 votos; Juan Ramírez (32 años), 3.102; Manuel Portela (39 años), 2.696 y Antonio Reguera (35 años), 1.936 votos. El bueno de Pablo Castro Montoya obtuvo 1.742 votos y, por tanto, se quedó a solo 194 de la concejalía.

Los análisis periodísticos apuntaron a Manuel Portela Arribas como la sorpresa más destacada de aquellas elecciones por el tercio familiar.

Los tercios de sindicatos y entidades también resultaron movidos, pese a desarrollarse en unos ámbitos mucho más mediatizados. El jefe y el secretario del Consejo Local del Movimiento, Liste Regueiro y López Piñeiro, respectivamente, amagaron con dimitir de sus cargos. La política local registró un encrespado mar de fondo a cuento de aquellas elecciones municipales, que anunció cambios inmediatos. Tal predicción se cumplió inexorablemente.

El 20 de noviembre de 1973, solo un mes más tarde, se produjo el magnicidio del presidente del Gobierno, Luís Carrero Blanco, que marcó el inicio de un cambio de rumbo de España.