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Javier Cuervo.

Un millón

Javier Cuervo

No los quieren en plantilla

Para los cristianos, el pecado es congénito. Nacer está gravado con un impuesto pecaminoso, una deuda heredada. La mancha se va con agua bautismal, lo que sosiega a los padres porque ahora hay mucha supervivencia perinatal y menos limbo, ese vacío legal. Después de ocho años de inimputabilidad, el cristiano alcanza la edad pecaminosa con el uso de la razón y entra en el peligro venial y mortal por medio del pensamiento, la palabra, la obra y la omisión. ¿Hay omisión en el sexo? Si hay matrimonios blancos se diría que no. La muy preciada virginidad es una prueba física estimativa de la omisión de sexo.

En la religión católica, la madre de una de las tres personas protagonistas (engendrada por otra que se representa como una paloma) es virgen. Al catolicismo le desagrada que al hijo -y segunda persona- le atribuyan relaciones con mujeres.

Los seminarios -pese a lo que su nombre pueda dar a entender a simple oído- son escuelas en las que se rinde culto a la castidad, se adiestra en reprimir el sexo en el pensamiento, la palabra y la obra individual, dual o colectiva.

¿Por qué la Iglesia católica, que refugió tantos homosexuales en tiempos de mayor represión, de armario y sacristía, no los quiere en plantilla? Así lo ha dicho el debutante portavoz de la Conferencia Episcopal. Lo de no considerarlos "varones completos" una es impericia en el uso de las palabras, incomprensible en una de las principales fábricas del lenguaje y la abstracción occidental, pero va más allá del lapsus.

No los quiere ni dentro ni fuera del armario ni de la Iglesia, no los quiere casados ni solteros, no los quiere ni castos. Mucho rechazo para quienes repiten más la palabra "amor" que la música pop para adolescentes.

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