Arthur Schlesinger (1917-2007) fue una celebridad de la política estadounidense que se codeó con los personajes más relevantes del último medio siglo. Cuando se publicaron sus Diarios, Maureen Dowd escribió que "es muy difícil que no te guste un libro que analiza a Marilyn Monroe en una página y a la Doctrina Monroe en la siguiente". Este historiador canónico que ganó dos veces el Premio Pulitzer, miembro destacado de la intelligentsia y asesor especial de John Fitzgerald Kennedy, cuyo legado patrocinó y protegió hasta niveles apologéticos, también solía acudir a las fiestas que organizaban las estrellas de cine y los héroes del rock, a quienes observaba con una curiosidad zoológica. (Como estaba convencido de que en la casa de Mick Jagger todos estarían consumiendo estupefacientes sin pausa y destrozando el mobiliario, parece que se llevó una gran sorpresa al comprobar que el cantante, aparte de mostrar interés por los asuntos políticos del momento, era capaz de comunicarse con otros seres humanos sin morder las orejas a sus invitados o romper una guitarra contra el televisor).

Pero Schlesinger representó además un modelo de académico atípico que no solo quiso estudiar la Historia sino también hacerla, pues, como él mismo escribió, "oler el polvo y el sudor de la batalla estimula y amplifica la imaginación histórica". Y por eso aceptó un trabajo en la Casa Blanca de Kennedy, aunque sus sugerencias no siempre fueron escuchadas (se opuso a la invasión de la Bahía de Cochinos). De aquella experiencia, sin embargo, surgiría un libro, A Thousand Days, en el que relató sus vivencias como insider, y el segundo Pulitzer. Ahora Richard Aldous ha estudiado recientemente su vida y su obra en The Imperial Historian, un libro que algunos (Michael Knox Beran en National Review) han interpretado también como una parábola del declive de los intelectuales públicos (partidistas o independientes). Arthur Schlesinger es autor de una obra de referencia sobre Andrew Jackson y otra sobre Franklin Delano Roosevelt. La primera, The Age of Jackson, la escribió mientras gobernaba el segundo y, según Aldous, en el texto se puede hallar la influencia de dicha presidencia ("hay tanto de Roosevelt como de Jackson", afirma, porque veía el New Deal como "una culminación" de la democracia jacksoniana); la segunda, The Age of Roosevelt, consta de tres volúmenes pero está inacabada. (Christopher Hitchens piensa que Schlesinger podría haber escrito más libros y mejores si no hubiera empleado tanta energía en socializar con famosos de diverso calibre). En cualquier caso, The Age of Jackson (1947), a pesar de las objeciones que se le pueden poner hoy a ese trabajo (la relativización del componente racial y el completo silencio sobre el exterminio de los indígenas), acabó siendo, incluso para los historiadores de los años setenta, "el libro más influyente de la posguerra".

El padre de Schlesinger fue un pionero de la historia social e impartió clases en la Universidad de Harvard, donde "el pequeño Arthur" se crió, estudió y, al igual que su progenitor, también enseñó. Esta institución resulta de vital importancia en la carrera de Schlesinger, quien acabaría sacando provecho en más de una ocasión de sus contactos de Massachusetts, los cuales se presentaban justo en el momento oportuno, ya fuera para conseguirle un determinado puesto con la Armada en su destino londinense durante la Segunda Guerra Mundial o para que pudiera trasladarse a París cuando comenzaba a cansarse de Inglaterra y el conflicto bélico había terminado. (Uno no puede más que sonreír cuando el jocoso Aldous regresa de nuevo con su repetida frase "y Harvard acudió al rescate"). Schlesinger vivió bajo la alargada sombra de Camelot (fue acusado de propagandista) y flirteó descaradamente con el nepotismo (fue su padre quien le sugirió la teoría de los "ciclos de la historia", interviniendo también en cada conflicto administrativo de la universidad y en los procesos de publicación de sus libros). Pero sobrevivió intelectualmente gracias a sus propios méritos. Schlesinger era un pensador progresista, liberal en el sentido estadounidense del término, anticomunista y antitotalitario. "La función del liberalismo -escribió en 1949- es mantener las libertades individuales y controlar democráticamente la vida económica". Promovió el centro político y criticó con dureza el multiculturalismo. Dice que le enseñó a escribir bien Bernard DeVoto, autor de un célebre libro sobre cócteles, porque éste le hizo "pensar en el lector" y despojarse de su barroco inicial. Y creía en la "indispensabilidad" del Dry Martini. Desde entonces no se ha visto un historiador así. Ni en la Casa Blanca ni en las fiestas.