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Mezclilla

Mujeres maltratadas por mujeres

Las empleadas del hogar

Uno de los hechos cotidianos más repugnantes y abyectos es el maltrato diario que padecen muchas mujeres, trabajadoras de hogar, por parte de las amas de casa que las contratan para realizar tareas domésticas, pues no pocas piensan que son sus siervas sometidas a su esclavitud, así que no les dan de alta en la Seguridad Social, de modo que, si enferman, no cobran el subsidio al que tendrían derecho ni tampoco perciben el sueldo que recibían cuando estaban activas y esto tiene como penosa consecuencia que la mayoría de ellas se ven en la obligación de estar siempre sanas, aunque anden arrastrando los pies, derrengadas por el dolor y la fiebre. Y de esa tragedia cotidiana son protagonistas Elvisa Porrón, Hilaria Cincodedos, Agripina Collar, Edita Luces, Faustina Cirial, Juliana Barquera, Gadea Lago y Mencía Mortero, sometidas a diario por las señoras en cuyas casas trabajan, consistentes en ultrajes de refinada mala leche, como le ocurre a Elvisa que, cuando ya cumplió las seis horas que dura su tarea cotidiana, la señora, puntual como un reloj, le pide que, dado que había acabado su jornada y no tenía ningún quehacer en otra casa, le cosa el jaretón de una falda que quería ponerse para salir a cenar aquella noche o que le haga una tortilla para la cena, ya que el humo no le convenía a su garganta irritada y no podría, por tanto, ni freír ni cocer un huevo, o que le lave la cabeza, ya que no le había apetecido ni pizca ir a la peluquería, sobre todo porque así se ahorraba un muy riquito dinerito. Y a las otras les iba parecido de mal con sus explotadoras, siendo la peor tratada de todas Mencía porque, cuando la señora tenía un mal día, la insultaba llamándola bestia, guarra, porcina y le reprochaba a gritos que no había limpiado bien una lámpara o el cristal de una ventana, aunque las demás tenían que aguantar también malas caras y bufidos, en el caso de que la jefa considerara que no habían planchado a la perfección una blusa suya o un pijama del señor. Pero el colmo de los colmos ocurrió cuando a Faustina le cayó por la ventana la bayeta que estaba colgando en el tendal y la señora la golpeó con el mango de la escoba de forma tan violenta que hizo que perdiera la respiración y cayera desmayada al suelo. Por supuesto que estas amas de casa cafres, que tratan salvajemente a sus empleadas de hogar, son hoy una mínima minoría, aunque no debería haber ninguna ni tampoco tendrían que existir empleadas que consientan ser maltratadas de palabra ni de obra y que, a la primera grosería o incumplimiento de lo pactado al entrar en la casa, fueran a denunciar a su empleadora, para castigarla por su conducta incívica, grosera, vandálica.

Mientras escribo esto, recuerdo con emoción y mucha pena a Beni y a Nati, dos hermanas gemelas que trabajaban, cuando yo tenía trece años, como niñeras de la hermanita y de los hermanos pequeños de mi amiga Bel: Charito, Nereo y Blas, de tres, de dos y de un año. Bel no los soportaba. Decía que debería haber un jarabe que hiciera crecer y ser mayores a los menores de ocho años y que no tuvieran una niñera tan guapa como Nati, una belleza tal que ofendía y casi repugnaba, según afirmaba su padre, haciendo que el ceño de su madre anunciara tormenta y mascullara que ya podía ser como su hermana Beni, que era una tosca aldeana, como tenía que ser una niñera.

Y la tormenta se produjo en la casa una noche de agosto, en que unos gritos desesperados de socorro aterraron al vecindario e hicieron llegar a la policía, y el padre de Bel explicó a los guardias que la chica, niñera de sus hijos pequeños, debió de sufrir una pesadilla, pues se había despertado empavorecida y dando alaridos. Pero ella les dijo que el señor se había metido en su cama y la había violado, lo que podía demostrar enseñando la sábana bajera manchada de la sangre que echó, porque era la primera vez que un hombre la había montado como un caballo a una yegua. A continuación volvió a llorar desesperada mordiéndose los puños de las manos. Y el violador quedó libre de culpa, porque un médico amigo certificó que aquella sangre de la acusadora era menstrual y que la chica era una armadanzas muy peligrosa y que lo mejor que hacía la familia era librarse de semejante arpía.

Y avisaron al padre para que viniera a buscarla pues prescindían de sus servicios y también de los de Beni. Y el hombre, al enterarse de lo ocurrido, en lugar de creer la versión de Nati, le dio una tunda de golpes y la llevó para la aldea, de donde se escapó y murió en una carretera, atropellada por un conductor borracho.

A Bel todo aquello le hizo llorar mucho a escondidas para no enfadar a su madre, que se aferraba tercamente a la idea de que Nati era una desvergonzada y no quería saber nada de lo que se comentaba en la portería acerca de que su marido era un mujeriego que les metía mano a las adolescentes que subían y bajaban con él en el ascensor y les tapaba la boca con un billete de los medianos para que compraran chucherías y no les dijeran ni mu ni a su mamá ni a su papá, puesto que se las quitarían y se enfadarían mucho.

Esta es una historia muy triste, tenebrosa y lúgubre que necesitaba, desde hace tiempo, extirparla de mí, echarla lejos, hacerla caer y ahogarla en las aguas amargas del olvido, donde perecen los recuerdos asfixiantes que nos envenenan el presente.

Y a modo de colofón añadiré que espero y deseo y creo que al menos una, tan solo una de las mujeres que lea este texto reflexione acerca de cuál es el trato que, en verdad, le da a su empleada de hogar, si cordial, afable, correcto y justo o es con todas las letras, sin paliativos, un intolerable y punible maltrato.

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