Charles Krauthammer, que murió el pasado 21 de junio, fue uno de los columnistas más influyentes de Estados Unidos. Sus artículos semanales en Washington Post, sus publicitadas conferencias y sus frecuentes intervenciones televisivas resultaban especialmente interesantes para los jóvenes conservadores, quienes veían en él a un opinador heterodoxo, inteligente y mordaz, con una atractiva propensión a buscar entre los argumentos políticos "evidencias empíricas": a pesar de ser respetado y querido por la derecha religiosa, no tenía ningún problema a la hora de distanciarse de ésta en asuntos como el aborto, el matrimonio homosexual y la investigación con células madre. La televisión, concretamente Fox News, lo transformó en una celebridad. Como escribió Mathew Continetti: "Ejerció sobre la generación 'millennial' el mismo poder que William F. Buckley había ejercido sobre las generaciones anteriores".

Curioso destino ese, el de intelectual público, para una persona que, de todas las disciplinas académicas posibles, había elegido la carrera de psiquiatría "porque combinaba la practicidad de la medicina y la elegancia de la filosofía". Fue precisamente en la escuela de medicina de la Universidad de Harvard, con veintidós años, mientras se bañaba en una piscina, donde tuvo el accidente que lo dejaría tetrapléjico y lo forzó a desplazarse en silla de ruedas el resto de su vida. En ese momento estaba leyendo dos libros: La condición humana, de André Malraux, y un texto sobre la médula espinal. "Sabía lo que había pasado. Entendí por qué no me podía mover. Y fui consciente de lo que aquello significaba". Lo cual no le impidió concluir sus estudios al mismo tiempo que sus compañeros de promoción. Una fuerte vocación política, sin embargo, hizo que abandonara la psiquiatría y comenzó a escribir discursos para Walter Mondale, vicepresidente con Jimmy Carter. En aquellos tiempos Krauthammer era demócrata, pero se identificaba con "los anticomunistas al estilo de Henry Jackson, Hubert Humphrey y Pat Moynihan".

Ronald Reagan, entonces, ganó las elecciones. Este acontecimiento sería esencial en su conversión. Decepcionado con el "aislacionismo" de su partido y entusiasmado con la retórica del "Imperio del mal" y la estrategia de Reagan en la Guerra Fría, Krauthammer no solo se aproximó al neoconservadurismo, un movimiento ideológico, ahora en decadencia, que marcó la política exterior de varias administraciones republicanas, sino que se convirtió en uno de sus principales y más activos valedores: a él se le atribuye la llamada "doctrina Reagan" (tanto su teorización como su defensa) y, en los años noventa, acuñaría el término "momento unipolar" en las páginas de The New Republic.

Después de los Atentados del 11 de septiembre, Krauthammer apoyó la guerra de Irak del presidente George W. Bush, pretendiendo fundar además su propia escuela de pensamiento en las relaciones internacionales, el "realismo democrático", que consistía en "defender la libertad" (interviniendo militarmente) no en todos los lugares donde ésta estuviera amenazada, sino en "aquellas regiones donde el avance de la libertad es fundamental para ganar la guerra contra el enemigo existencial".

Este enemigo existencial era (es) el "totalitarismo islámico", como antes lo había sido el fascismo. Argumento que sería rebatido por un desencantado Francis Fukuyama, quien ya comenzaba a manifestar sus discrepancias con el proyecto neoconservador que tanto había promocionado. (Ambos autores debatieron sobre ello en la revista National Interest). En su libro Things that Matter, una compilación de columnas que resiste bien el paso del tiempo (aunque resulta trágicamente ilustrativa de los problemas heredados con los que lidiamos ahora por culpa de aquellas ideas), Krauthammer no solo habla de política. También se explaya sobre la familia, el ajedrez, los perros, el béisbol y el espacio. "Las cosas que importan".

Fue muy crítico con la Administración Obama. Tampoco le gustaba Donald Trump. El actual presidente dijo que Krauthammer no era más que un "payaso sobrevalorado". Su pérdida, quizás, simboliza el final de una época en la que, para bien o para mal, ciertas voces se tenían en cuenta. Cuando los periodistas jóvenes le pedían consejo sobre cómo hacerse columnistas, él siempre respondía: "Primero estudiad medicina".