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Ánxel Vence.

Crónicas galantes

Ánxel Vence

Los gallegos y las veletas

La famosa ambigüedad gallega es un rasgo de carácter meteorológico. Si usted vive en un país donde el día amanece soleado y, a media tarde, el cielo se pone a llorar, es lógico que tienda a ser menos taxativo en sus juicios que los vecinos de otros territorios donde la atmósfera es más clara y estable. En Castilla, un suponer, se sabe cuando llueve y cuando hace sol, lo que tal vez ayude a forjar esa carencia de dudas que exageradamente llamamos franqueza.

Lo que generalmente se toma por desconfianza es más bien escepticismo. Y no solo en el clima. A fuerza de sufrir la lluvia fina de los gobernantes, por ejemplo, muchos gallegos habrán llegado tal vez a la conclusión de que la política es una rama más de la delincuencia. Todos roban antes o después, solían decir los más viejos de la tribu. Igual da uno que otro, pero que al menos hagan algo, añadían resignados.

Tiempo atrás, esta creencia se traducía en fortísimos niveles de abstención, que llegaron a admirables porcentajes de casi ochenta puntos en el referéndum sobre el actual Estatuto de Autonomía. Les faltaba fe, sin duda, a los votantes.

Esa tendencia se ha corregido con los años, por más que Galicia siga siendo uno de los reinos autónomos menos dados a visitar el colegio electoral. Ahora se vota sin pasión, pero equitativamente. En las elecciones generales y autonómicas suele ganar el partido conservador, mientras que en las municipales es la izquierda la que se lleva el premio de las grandes alcaldías. Lo mismo que te voto una cosa, te voto la otra.

Un comportamiento así parece propio de las veletas que se mueven según sople el aire, lo que nos remite una vez más a la vinculación entre la meteorología y el carácter tópicamente gallego. Nada más lejos de eso. Lo que en realidad ocurre es que los vecinos de esta esquinada parte de la Península han aprendido a dudar de casi todo a fuerza de observar lo cambiante e imprevisible que es el tiempo (así climático como político).

No hará falta recordar que la duda es la base de la sabiduría desde que Platón, griego y galaico honorario, dijo más o menos aquello de que él solo sabía que no sabía nada. Tal ha de ser la razón por la que respuesta general a cualquier pregunta sea entre los gallegos un "depende" menos ambiguo de lo que pudiera parecer. Todo depende, en efecto, de tantos imponderables que lo más sensato es no dar cosa alguna por cierta y menos aún por dogma de fe.

Esta actitud previene contra el azote del fanatismo, si se observa que un fanático es alguien que no puede cambiar de opinión y no quiere cambiar de tema. Ajenos a esas extremosidades, los vecinos de este reino practican la cortesía de conceder imparcialmente que Dios es bueno, pero no por ello el diablo ha de ser malo. Hay que tener amigos en todas partes, que no sabe uno donde va a acabar.

De ahí que los habitantes de este antiguo reino, que en realidad apenas lo fue, tiendan a responder con otro interrogante cuando se les apremia a ser claros. Dio prueba de ello Camilo José Cela, el del premio, cuando ejercía de senador real y uno de sus colegas en tan alta Cámara le reprochó: "¿Por qué ustedes, los gallegos, responden siempre a una pregunta con otra?". Obviamente, Cela no pudo resistirse: "¿Y quién le ha dicho a usted eso, si se puede saber?". Todavía hoy no está claro que el interpelante captase la ironía. Cosas de un lugar donde llueve, hace sol y el demonio anda por Ferrol.

stylename="070_TXT_inf_01"> anxelvence@gmail.com

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