Inicialmente, la Escuela-Granja impartía sus enseñanzas en régimen de internado durante tres años y disponía solo de once plazas para otros tantos alumnos becados por la institución fundadora, uno por cada partido judicial de la provincia de Pontevedra en aquel tiempo. Más tarde, las enseñanzas se ampliaron a cuatro años y el centro se abrió a otros alumnos foráneos. Su severidad resultó paradigmática.

Durante la primavera y el verano, la jornada comenzaba a las cuatro y media de la mañana y concluía al anochecer, con un pequeño descanso a la hora de comer; y en otoño e invierno la actividad empezaba a las seis y media, pero luego seguía al mismo esquema. Ni siquiera los domingos y festivos, de misa obligatoria, había tregua alguna. La mesa se servía por turnos y se exigía al alumnado una presencia inmediata "al toque de campana".

Cada quincena, mientras cuatro chicos realizaban los trabajos de jardinería y horticultura, los otros siete se centraban en las actividades de labranza, un esquema que alternaban sucesivamente. Al final de cada jornada tenían igualmente que limpiar y recoger los aperos usados.