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Ceferino de Blas.

Puerto de cruceros

Luis era un pequeño empresario madrileño hasta que se jubiló y se convirtió en crucerista. Hay decenas de miles como él por el mundo.

Suma 48 viajes en cruceros de semana, de mes o más prolongados. Hace unos días finalizó su segunda vuelta al mundo en Venecia, y sin abandonar el barco ni el camarote, comenzó un breve periplo de ocho días por el Mediterráneo, desde Venecia a Atenas, y regreso.

No es multimillonario ni millonario. Siempre saca los billetes más baratos, y este recorrido de semana le costó poco más de 600 euros. Habrá gastado bastante más en las excursiones.

Porque un aspecto significativo del negocio de los cruceros está en las visitas que realizan los cruceristas, programadas por las compañías. Cuanto más distantes del puerto de atraque sean, mayores ingresos. Incluso ocurre que algunas impiden conocer la ciudad de recalada.

Por ejemplo, en los viajes alrededor del mundo, cuando se llega a Los Ángeles, se organizan viajes a Las Vegas y el cañón del Colorado, cuyos participantes apenas tienen tiempo ver la ciudad californiana. La mismo ocurre en Singapur, la urbe más moderna de Asia, y tal vez del mundo, para los que hacen el recorrido de tres días a Camboya. O al llegar a la India, en el viaje desde Cochín al Taj Mahal, de tres días de duración, con lo que los excursionistas no conocerán ni Goa ni Bombai, que suelen ser las otras paradas del barco.

Eso significa que Vigo, ciudad de cruceros, debe tomar nota de estas prácticas. A las navieras no les entusiasma que los pasajeros se queden en el lugar de atraque y hagan excursiones por libre, como se dice en el argot .

Lo que explica que en la programación habitual figuren traslados a Santiago y otros lugares, que permiten a los pasajeros a conocer destinos subrayados en las guías turísticas, pero prescinden de Vigo.

Las excursiones en autobús para conocer parajes, monumentos, museos y compartir la vida social -mercados, tradiciones-, son rentables a las navieras, mientras que las salidas libres no dejan beneficios.

De ahí que Vigo, donde los barcos entran hasta el centro urbano, como ocurre en San Francisco, Sidney o Nápoles, tiene que hacer valer la condición de puerto-ciudad, que resulta tan atractiva a los cruceristas que pueden salir y entrar en el barco cuantas veces quieran. Y poner los medios para que dispongan de una información previa sobre la ciudad que les invite a conocerla e ir de compras.

El puerto vigués goza de fama entre los miembros de las tripulaciones por un comercio de electrónica que frecuentan todos los trabajadores asiáticos. Filipinos, indonesios e hindúes, que trabajan de camareros, en los camarotes y demás servicios, son magníficos clientes de los comercios con productos de buen precio de todos los puertos.

Pero Vigo tiene un reto: el coste de los atraques, superior al de A Coruña y otras terminales competidoras, que disuade a las navieras que siempre buscan los precios más bajos.

La ciudad reúne grandes posibilidades para incrementar el tráfico de cruceros, pero debe compensar los aspectos negativos: rebajar los precios portuarios, en simultáneo con la captación de nuevas llegadas; aumentar el tiempo de escala, que permita a los que hagan las excursiones al exterior pasar un tiempo en Vigo, pero sobre todo proponer el mejor plan de excursiones, que asuman las navieras.

Debería incluir (bellezas de Vigo) paseos por el Castro, visitas a Castrelos, incluso históricas a Rande, el mirador de la Guía , y potenciar el autobús turístico. Pero también los nenúfares de la Fundación Sales, el Museo Etnográfico o el zoológico de A Madroa. En los barcos siempre viaja gente selectiva, interesada en recorridos diferentes

Sin desatender aspectos de imagen -wifi en la terminal de la estación marítima, folklore de calidad a la vera del barco, el mejor servicio de información a los visitantes -, que agrade a los pasajeros y valoren las navieras.

Los viajes en crucero están en alza y aumenta el número de pasajeros, y no son tantos los puertos y las ciudades con capacidad para acogerlos de manera satisfactoria. Menos aún que dispongan un atraque tan cómodo y seguro como el del puerto vigués, a diferencia de otros que ofrecen dificultades.

Por obvias razones, los cruceristas son exigentes, y si la ciudad agrada, desean volver, y viceversa. Porque hay destinos preferidos, y poco deseados. La imagen es determinante. De ahí que sea un imperativo facilitar que el puerto de Vigo figure entre los predilectos de los cruceristas, esas personas que viven tanto tiempo en el barco como en tierra.

Créanlo. Aunque no todo el mundo esta capacitado para vivir en un barco, a los cruceristas les atrapa. Si al amigo Luis le dieran a elegir entre pasar el resto de su vida en tierra o en el mar, sin duda se decantaría por la segunda opción.

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