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Javier Sánchez de Dios.

Crónica Política

Javier Sánchez de Dios

Más agravios

A estas alturas no debería sorprender a nadie aquí que el Gobierno central necesite una catástrofe marítima, por ejemplo, para elaborar un "Plan Galicia"de inversiones y obras públicas que luego cumple a medias y su sucesor lo descalifica como "de mierda" -en un alarde de elegancia-, para luego cargárselo. Y sin embargo sorprende, porque un par de esos gobiernos eran supuestamente "amigos", quizá para confirmar aquello de que con ese tipo de amigos no son en absoluto necesarios los enemigos: basta con según qué compañeros de partido.

Ésa es la razón por la que muchas gallegas y gallegos acumulan una sensación de agravio permanente que, cuando es comparativo, se transforma directamente en insulto. El último, por ahora, es el anunciado retraso -hasta 2027, y eso con suerte- del corredor ferroviario atlántico de mercancías o, para ser exactos, la inclusión del proyecto a partir de ese año en la agenda de fondos europeos. O sea, algo así como el AVE, pero con distinto tráfico de carga y muy posiblemente con semejante tomadura de pelo en cuanto a plazos y fechas, aunque para confirmar eso habrá que esperar.

Con las cosas así, es lógico que los habitantes de este antiguo Reino consideren una serie de evidentes agravios los compromisos, incluídos, como se puede comprobar, los contenidos en documemtos oficiales. Y que, desde esa percepción, entiendan que son maltratados por unos gobiernos que, hasta ahora, han sido repetidamente bien tratadosd por las urnas gallegas. Tanto PP como PSOE, conste, porque aunque con diferentes porcentajes, el bipartidismo -por muy imperfecto que fuese con la presencia del BNG- resutó ley aquí. Aunque eso pueda cambiar.

Cuanto precede es, por supuesto, una opinión personal, y en absoluto puede tomarse por incitación a la rebeldía, aunque parece demostrado que la protesta es mejor método para, según hacia quién se dirija, obtener resultados. Los clásicos añaden que, en todo caso, es conveniente tener razón, pero no siempre: lo que sí resulta demostrado es que los dóciles, a pesar de lo que indican las bienaventuranzas, casi nunca llegan a poseer la tierra, ni siquiera cuando les asiste el derecho a reclamarla. Y eso es aplicable, del todo, a la política.

Llegados a este punto es casi seguro que unos cuantos -incluso desde este lado del Padornelo- repliquen con la monserga de que la queja es "localista" cuando no "victimista", que aún suena peor. Pero a poco que se repasen con un mínimo de objetividad los precedentes -y ya ni se diga se comparen con los de otros- es inevitable llegar a la conclusión de que existen agravios que son reiterados. Ocurre que para acabar con ellos no solo es preciso tener razón, y Galicia la tiene, sino imprescidible no ser mansos. Aunque eso resulte, las más de las veces, incómodo.

¿No?

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